Cada casa con su loco A Pedro Amaya y Marino Colina Hasta ahora no resulta nada fácil precisar de dónde le viene a los cor...

Dos crónicas corianas de Eudes Navas Soto




Cada casa con su loco

A Pedro Amaya y Marino Colina

Hasta ahora no resulta nada fácil precisar de dónde le viene a los corianos esta extraña, pero humana costumbre, de crear un trato y un ambiente especial para el “loco de la familia” y más difícil resulta saber, el porqué de tener un loco por familia. O lo que equivale a decir, que en ciertos estratos de la sociedad coriana, sin precisar tiempos, ni condiciones, generalizando más bien, pero sin intenciones peyorativas, podríamos resumir, que en muchas casas corianas, lo que equivale a decir: familias, hay un lugar para “el que salió loquito”.
Es posible que la causa de esta “anomalía” sean razones de consanguinidad, al no querer ligar la sangre, perseverando “el linaje”, a enfermedades congénitas ocultadas, cuidando de no ver desmejorada la imagen social o de cualquier otro tipo, de la familia o de algunos de sus miembros. Podrían ser éstas algunas de las razones del “fenómeno”, pero no pasan de ser simples elucubraciones del cronista. Lo cierto, es que hasta no hace mucho tiempo atrás, cualquier casa de Coro, o cualquier familia que se estimara, tenía su “loco familiar” y su cuartico para el enfermo.
Era común en conversaciones de párvulos, mientras jugaban una “pica” de trompos, o escogían los equipos para cualquier juego, oír diálogos como este:
-El loco de tu casa grita día y noche, anda desnudo y no lo bañan…
-¡No chico!, lo que pasa es que él mismo se quita la ropa que le ponen y la rompe y después se arrastra por el suelo hasta que se pone como un cochino… ¡Qué bolas! Si no lo bañarán, ¿cómo estaría?... Ya le están fabricando un cuartico más atrás en el solar, más grande y de adobes, pa’ que se oigan menos los gritos y la gente no se moleste…
Era curioso, pero los “loquitos de la casa” parecían haber llegado del espacio, o haber aparecido de pronto con la edad que tenían cuando la gente se percataba de sus presencias. En las familias nadie hablaba de ellos. Nadie preguntaba por ellos, ni siquiera los más allegados, que seguramente, los conocían desde sus propios nacimientos. Parecía que estos seres no eran ni hermanos de nadie, ni hijos de nadie, ni parientes de nadie. Simplemente existían, se les aislaba, se les alimentaba, se les aseaba y se les hacía cuidados precarios, sin mermar las condiciones de los “sanos”, hasta el día que, sin que nadie lo supiera, lo sacaban en un féretro directo al cementerio, como algo contagioso o vergonzoso.
Era común en el coro de hace unas décadas, en una misma calle, que no eran tan largas como lo son ahora, conseguirse cinco o más familias con un enfermo mental, recluido en el “cuartico del fondo”. Es posible que la carencia de recursos públicos hospitalarios, para este tipo de enfermo, haya dado pie a la costumbre, al fin y al cabo, resulta más humano y piadoso darle atención, por precaria que sea, a este tipo de paciente, en el seno familiar, que charlo a deambular, sin protección, ni abrigo, a las calles de Dios.
Para el coriano, disipar el drama con un humor sentencioso y cáustico, no es nada difícil lo que la gente dice: “al mal tiempo, buena cara”. Por eso, era común oír comentarios como estos:
-Esos loquitos machos, lo que les faltó fue bollo a su tiempo;  y las hembritas, que casi no hay, porque las mujeres no son pendejas, cuando deciden darlo, porque sienten la necesidad, se dejan de pendejadas y lo dan, aunque después se les venga el mundo abajo… pero, ¡ahí ta’!... si se vuelven locas será por otra vaina, o porque tienen la naturaleza demasiado alta…
-Eso le pasa mayormente a la gente acomodada, que se la dan de “muy sí señores”, en los pendejos es menos la cantidad de locos por falta de bollo, porque esos descargan en la naturaleza a fuerza de cuanto animal hembra se les ponga tiro, y siempre hay un tío o alguien de la familia que los lleva “pa’ que las chicas malas”, y ahí se les va la loquera que tienen en el cerebro, en los riñones y en los granos… ¡Ay!, pero esos pobres muchachos hijos de mamá y papá, esos pobres no lo sacan ni a asolearse, por “el qué dirán”… Y la naturaleza no la hicieron, pa’ tumbarla a fuerza de mano…
Gracias al amor de nuestros afectos volvemos a Madriguera después de un año de silencio, sumando a nuestra causa amigos entrañables como Angélica Guevara y Joan Manuel García, quienes desde el mes de junio han venido acompañando este proceso de retorno y sin su ayuda no habría sido posible. 
Por esta razón creamos una página para nuestros Habitantes, para reconocer a quienes hacen vida en esta casa dedicada a reseñar la literatura que se hace en Venezuela. Un espacio para pasar revista y dejar constancia de lo que se escribe o se lee aquí y ahora, desde nuestro alcance peatonal del día a día. En medio de una crisis que nos enseñó que rendirse no es perder, ni perder es indigno, ni detenerse es traicionar nuestra causa, ni renunciar es síntoma de cobardía, que siempre hay tiempo para todo y que las despedidas no son definitivas.




.

El perfecto suicida

A Luis Alfonso Bueno

La cordial y amena reunión de abogados, intelectuales y amigos corianos, se celebraba en la residencia caraqueña del doctor Rafael Beaujón. Conocido abogado que como buen coriano, respondía entre sus amigos al hipocorístico de Chente Beaujón. La convocatoria hecha por Chente al grupo de colegas y amigos corianos residenciados, para la época en Caracas excelentes cultores sociales de las buenas bebidas y comidas, era para celebrar y testimoniar algunos pasos de avance dados por el anfitrión, en procura del éxito profesional . Durante los entreactos de la amena tertulia, Chente, a manera de desagravio para consigo –no obstante la confianza que mantenía con los presentes- se mostraba como un delicado anfitrión del best seller. Ofreciéndoles ricos y exóticos bocadillos para atenuar los efectos de las bebidas espirituosas. Le parecía que era la mejor forma de compartir con sus amigos y colegas las mejoras profesionales, económicas y sociales, que él consideraba iba alcanzando, según su propia confesión, luego de mucho esfuerzo y dedicación, más las ineludibles penurias, con las que cualquier profesional que se inicia, paga las novatadas.
Los contertulios de Chente Beaujón, entre ellos su colega y escritor doctor Rafael Hernández, a quien todos conocían por otro hipocorístico, el de Fallito, celebraban y disfrutaban cada una de las atenciones de Chente, hombre de trato fuerte más bien, ese día, delicado y “abierto como un paraguas”.
En uno de los paréntesis de los tertuliantes, Chente Beaujón, sacó a relucir a manera de trofeo, su mejor carta de celebración. Había esperado por el momento más propicio para sorprender a sus amigos, mostrándoles al aire, tomada por el cuello con su mano derecha, una rara botella, desconocida por los presentes, al momento que les decía en tono ceremonial:
-Amigos, esta botella de fino whisky que ustedes ven en mi mano, según los entendidos, es el mejor whisky del universo conocido, de pura malta, de nivel 5, procesado y envejecido en las mejores bodegas escocesas, de este líquido solo han bebido por generaciones, los reyes de Inglaterra y aisladamente –acentuaba orgulloso- uno que otro monarca de algunos reinos europeos. Los presentes prestaban especial atención a las palabras de Chente, sin atreverse a interrumpirlo, mientras éste continuaba: -ustedes ni idea tienen de cómo llegó a mis manos y lo que me costó adquirirla, pero creo, y ustedes podrán dar fe, que valió la pena el esfuerzo- acto seguido, de la botella sirvió, a medio llenar, una copa de cristal bohemia, seleccionada para tal ocasión, el sofisticado y preciado líquido escocés. Hizo en el aire un desplante ceremonioso, como brindando al cielo y lentamente llevó la copa a los labios, procurando no dejar escapar nada del bouquet de aquel licor, tomó un pequeño sorbo, lo suficiente para hacerlo recorrer los vericuetos de su boca, como se hace con los buenos vinos, hasta que la cavidad bucal se transforma en un templo del deleite espirituoso. Entre tanto, el círculo de amigos, paciente y respetuosamente compartían con Chente el ceremonial del primer trago, ya que consideraban que a él le correspondía ese honor. Una vez “calentada” la boca y al apurar de un solo viaje el resto del contenido de la copa, a “fondo blanco”, como correspondía la ocasión, apenas la copa quedó vacía, su semblante palideció en forma alarmante. 
La copa cayó de su mano rompiéndose en el piso, se llevó la mano izquierda a la frente como sosteniendo el rostro en el espacio que hacía su jeme, mientras casi tambaleante, con su mano derecha buscaba a tientas un objeto firme donde apoyarse o sentarse para no caer. Los amigos sorprendidos y nerviosos, se aprestaron a auxiliarlo.
-¡Caray Chente!... ¿Qué te pasa?
-¡Vamos a llamar a un médico rápido!
-¡Échenle aire mientras lo llevamos al Puesto de Salas o a una clínica!
-¡Rápido, aflójenle el cuello y el cinturón!
-¡Seguro que se le bajo la tensión, con cuidado!
Chente Beaujón había logrado sentarse y permanecía estático, pálido y frío, con los ojos cerrados y unas gotas de sudor comenzaban a rodar frente abajo. Su respiración se había hecho profunda e irregular, ninguno de los presentes atinaba  a tomarle el pulso, de repente todos habían perdido la serenidad. Fue entonces cuando Chente Beaujón, comenzando a salir de la crisis, reaccionó enérgicamente, mientras trataba de erguir el torso, para decir:
-¡Tranquilo todos!... ya me está pasando la cosa. ¡Qué buena vaina! –exclamaba con furia- venir a pasarme a mí esta vaina y en este momento, tanto cocuy del bueno y del malo que bebí en la bodega de Mano Billo, tanto lavagallo y whisky del malo, de contrabando, adulterado que le han dado a uno en Coro y aquí mismo, tanta cerveza abombada que le han servido a uno, tanta guarapita maluca… y tener que pasarme esto, este vahído fuñío, con  el mejor aguardiente del mundo, el licor de los reyes, de los dioses… no  fuña, ahora que puedo costearme, beber y brindar una vaina buena, me va a caer mal y hasta enfermarme…
Los amigos habían retirado la botellla apenas Chente se sintió mal y hasta daban por terminada la reunión, ahora lo importante es que te acuestes y trates de descansar…
-¡Que descansar que na’!... Ahora es cuando estoy bien y ese whisquicito por muy fino y sangre azul y de malta y nivel 5, no me va a asustar, si tiene que matarme, que me mate, pero si cree que por fino y por bueno, yo no califico para beberlo, está equivocado… ¡Carajo, pásenme el frasco ese que ahora me lo voy a empinar a pico e’ jarro, él o yo!... –y tomando la botella, la llevó a su boca, tomando de un solo trago, por lo menos un octavo de su contenido.
Fallito Hernández observaba sorprendido la reacción de Chente y temiendo por las consecuencias que pudiera traerle a éste ese brusco y desmedido consumo del aristocrático licor, exclamó entre asustado y jocoso:
-¡Qué bárbaro, este Chente ha resultado ser el suicida perfecto!
La ocurrencia fue celebrada por todos, hasta por el propio Chente. Sobra agregar que la botella del exquisito escoces, resultó ser el inicio de un continuado descorche hasta el amanecer del día siguiente, de varias botellas del delicado licor de gramíneas, que sin ser de la alcurnia de primera, de pura malta, llenaban las aspiraciones de una clase media estable de la época, remojando el gran derroche de camaradería en esa reunión caraqueña de corianos.


Eudes Navas Soto

Coro (1940-2002). Pintor, diseñador gráfico, dibujante, fotógrafo, narrador, cronista literario y poeta.  Entre sus obras destacan "Entre Corianos te veas" (2005), "Del minúsculo redil: relatos sin marcas ni horarios" (1999), "En menos de cuadra y media" (1992), "Ya la concha estaba allí" (1986), "Las huellas de un caminante" (1998), "De silencios a gritos" (1974), "Vértice paso 2" (1977), "Lumbrarada" (1983), entre otras.

Fotografías: Luis Eduardo Bautista