Del poemario inédito Prosa (2017 – 2018) de Alborada Coccoluto
Alborada post meridiem
Las mañanas que me pierdo me duelen en los huesos, en la piel que me devela el tiempo, en el Sol que no saludo, en el nombre que me dieron. Tiempo; soy un cúmulo de tiempo – perdido- que el insomnio no compensa, tiempo que lacera mi espalda a la cama adherida. Se disuelve entre las fundas mi columna vertebral; y muero, de a poco muero. Puedo decir que a mis veintes he visto la muerte de frente: está ahí cuando despierto a mitad del día y siento cómo la vida se me escapa de las manos. Está aquí, la siento en los músculos, espasmos: ecos de movimientos, el regreso de la trampa del sueño que me ahoga. Me escondo en mis pupilas; me escondo como una plegaria, “ojalá de algún modo pueda echar atrás los días”. Mido mi propio peso, hago mi mayor esfuerzo por elevar el yunque que es mi cuerpo, y muero, en cada paso tardío me / siento / morir. Salgo del cuarto de golpe y sentencio ante lxs presentes: cuando me entierren, que caven una fosa a la medida de mi cama.
Verde en el pecho
“De tus ojos verdes, el amor es para siempre.”
Clay Alvino Thomas
Escondite
Me escondo en la ropa de mi madre. Me amparo en la anchura de sus suéteres que como camisa de fuerzas contienen al monstruo despierto que ahora soy; me esconden la grasa que me avergüenza, le dan respiro a mis costillas, me abrazan cuando huyo del Sol. Me refugio también en sus ojos que ya poco me miran. Podría jurar que he visto a sus ojos correr asustados en busca de un lugar para guardarse de los escombros de mi explosión. Comprendo, huye por puro instinto de supervivencia; y aún así regresa, siempre, y aún así mis males no han matado su mirada de amor. No te vayas, yo también tengo miedo, yo también quiero dejar esta jaula, pido a gritos salir de este encierro, temo como tú que la muerte me encuentre aquí. Vámonos volando juntas, mamá, la libertad es la consecuencia insoslayable del amor.
Niñes
De niños todo era de vida o muerte: balcón mortal, hormigas suicidas, pescar los carros rojos negros blancos; taxis que te acostumbraron a la victoria fácil. De niños todo gesto era presagio del fin: abrazos demasiado largos, fiestas cortas, piñatas (in)mortales, historias familiares repetidas. La sonrisa vencida del abuelo, los caramelos escondidos en sus bolsillos, las manchas del tiempo en la piel y la abuela, su sopa de tomates que escupiste, el adiós que no le diste y que te acostumbró a huir de las despedidas. Adultes ya, todo es distancia y tú eres otro hombre blanco de dientes amarillos, te escondes el monte en los bolsillos, licuas tomates para la resaca. Vas y vienes en taxi, alérgico a la picada de hormiga, rompes piñatas de adobe, das abrazos demasiado cortos, dice mentiras demasiado largas. Olvidaste el camino a casa de la abuela, la baranda del balcón por debajo de tu ombligo, no le temes ya a la muerte, no te importa ya la vida, sigues sin poder darle la cara a las despedidas.
Niñas
Niñas buenas
De niñas fuimos las de la gracia y unas cuantas morisquetas. Quemando el pelo hasta domarlo, escondiendo el acné, rezándole a Afrodita, siempre en la espera de la gran transformación. Buscando la atención de quien sabe quién, queriendo huir a quien sabe dónde quién sabe cuándo. Risas escandalosas, miradas cómplices, silencios dolorosos, rabia contenida, humillación. Fuimos llantos compartidos, dudas y secretos, Girls just wanna have fun a gritos, bailes de libertad en la plaza, zapatillas, uñas negras, lápiz negro rotativo. Fuimos de verdad.
Niñas santas
Rezábamosle a un dios piramidal que no nos hacía justicia, caminábamos en fila y ahora, ajenas al encuentro circular, nos duele la búsqueda de nuestros propios pasos. Fuimos las niñas buenas, las niñas santas; pidiendo perdón por mostrar los dientes, haciendo hábito el susurro. Aún de lejos, una voz celestial nos dicta las acciones.
Niñas brujas
Somos las que nos miramos directo a los ojos, no hay escáner vertical entre nosotras, no hay eslabones. Somos horizontales, nos sabemos las manos, nos sentamos en círculo, somos hermanas.
Deshabitada Il
Caracas, domingo 26 de agosto del 2018, 6:37 am. Llueve y no podré subir el cerro.
Ven. Que hoy me refugio en los espacios que habitas, que me he vuelto yo lugar deshabitado. Ven con las dudas que me atormentan, con las deudas que ya no importan, con las palabras que sobran, con esta lluvia que solo moja pendejos, pero que me destruye los planes; ven. Búscame con tus manos nuevas, con este espacio irrevocable entre tu vida y la mía. Con las brechas que se expanden me sangras, con los ojos secos me lloras.
Que adoré las trinitarias mucho antes de nombrarlas, que los árboles se mueven y tu juras que llueve.
Ya casi escampa, no vengas.
Sentipensando
Siento -A pesar de este espacio que se opone- que la palabra escrita le ha robado la inocencia a mis textualidades. Me he convertido en una vulgar escribana que escupe sintagmas que no tienen alma y carecen de estilo. Creo que la palabra escrita ha condenado la libertad de mis pensamientos atrapados en un supuesto orden que obliga al verbo a morir en la eterna espera de un sujeto masculino singular que me borra del universo del lenguaje, y así, de toda forma de existencia. Pienso como si el papel me juzgara y como si el bolígrafo me sometiera al escarnio público de la Real Hacademia Hezpañola de la poesía instaurada en la 4ta Transversal de Los Palos Grandes del veredicto inapelable de algún masculino singular que nunca me ha leído que nunca me ha escuchado que nunca se ha subido a mi azotea y que no se atreva: que allí guardo bien los misterios de lo innombrable. Celebro los escasos recodos de mi cabeza aún inmaculados de tinta.
(1995). Mujer. Caraqueña. Feminista. Licenciada en Artes Audiovisuales, UNEARTE. Documento, investigo, a veces escribo.