Por Jorge Morales Corona
Ilustración javi_indy
El dossier de personajes que viajan cada día en la ruta de UNI6 es tan amplio que con el tiempo pasan a ser parte del imaginario colectivo que es asiduo al microbús. Los hay dramáticos, extrovertidos, melancólicos o expansivos. Se les ve de vez en cuando, entre los asientos, como pequeños luceros que hacen vida dentro de ese espacio reducido, caliente y monótono y es imposible no reconocerles con una sonrisa, cada individuo vive otra realidad cuando dejan salir el personaje que algunas veces prefieren esconder.
Los ojos de Marta, esa mujer callada en principio pero que un día se atrevió a recitar poesía en los microbuses, tienen el brillo de lo intangible, una beldad que fulge como dos cristales por los que se puede intuir, más nunca saber, el universo escondido tras ellos. Mira a varios pasajeros, los detalla, hace con los labios varias muecas que forman palabras mudas, versos de un poema engendrado en el instante de subir al microbús.
La primera vez que los ojos de Marta se posaron en mí fue en 2015, un día que visité la Facultad de Humanidades, dentro del paraje inhóspito de la ciudad universitaria de Maracaibo. Juan me la presentó luego de haber presenciado un performance del poema «Presente indefinido» de Hesnor Rivera, como parte del desarrollo de su tesis. En su mirada pude escrutar el universo levantándose tras la vergüenza y la modestia al agradecer el cumplido que le dimos los presentes.
Marta es de esas mujeres de apariencia frágil pero con tesón incorruptible. En sus palabras se adivinaba la necesidad de hacer país a través de la poesía, de los grandes poetas venezolanos, de los más jóvenes y de aquellos poemas gestados en los grupos culturales del siglo XX. Decía que su ciudad natal, Valera, en ese entonces era una urbe fría, obligada a no sentir. «¿Sentir qué?», le preguntó alguien. «La vida, sea lo que sea», contestó.
Alguien una vez me comentó sobre su lucha contra la introversión. Le recomendaron clases de teatro y poco a poco mejoró, pero el pavor a lo expresivo fue algo que la siguió privando de algunas cosas hasta abril de 2017, cuando su primo fue asesinado en las protestas nacionales. La leyenda de esa chica que algunos días sorprendía con performances en la facultad, creció cuando comenzó a subirse a los buses a declamar poesía. Poesía contra las balas, había bautizado el pequeño grupo de poetas que se subieron por poco tiempo en los buses.
Hace poco más de tres años que no la veo y tenerla nuevamente frente a mí no evita que recuerde la primera vez que la vi declamar, con esa fuerza en la garganta, ese dolor incólume en su presencia, los versos de Rivera cuando escribe: «Volveré a verte/ y será de nuevo ayer».
Vuelvo a sus ojos, la chica que se encuentra sentada junto a ella, quizás enclaustrada en el cansancio del día que termina o en el conflicto diario en la casa, no percibe el poema, el silbido que deja cada mueca que hace Marta al mover los labios encontrando las palabras para describir su viaje, mientras deja su mirada por las aceras solitarias de la tarde, en el sopor del atardecer marabino.
La llamo por su nombre, la saco del rito de la palabra y encuentro su emoción al verme. Ella siempre ha sido de hablar poco, ahorrando expresiones para decir oraciones más precisas y certeras. Hablamos sobre la poesía, el viaje en bus y sus clases de teatro. El próximo mes se sube al escenario del Teatro Baralt. Repite algunas cosas que en un punto de nuestro corto tiempo de conocernos le habré escuchado años atrás pero en ella hay una emoción tan hermosa que es imposible no sonreír.
Hablamos de contactarnos, de contarnos la ciudad. Siempre la ciudad. La ciudad y el microbús serpenteando por su vientre caluroso.
Yo me bajo antes que ella con una promesa pendiente por cumplir: una cita con el recuerdo y la poesía. Nos reuniremos algún día de estos, cuando quede tiempo luego de mi quehacer diario hospitalario, para compartir por algunas horas nuestros años, acortar los tiempos y meterlos en oraciones simples, quizás en versos, quién sabe.
Marta tiene el aura de lo breve y poderoso. Una plenitud escondida en cada palabra.
Desde afuera vuelvo a mirarla y tras el cristal de la ventana recuerdo nuevamente el poema de Rivera, las veces que lo leí por lo hermoso de sus versos y recuerdo una parte que se ha quedado conmigo por tanto tiempo que ahora parece una clase de mantra: «El pasado por simple puede/ que exista pero sólo/ como un área y una atmósfera/ donde apenas crece la espera».
* Cuento perteneciente a la plaquette «Y será de nuevo ayer» (Venezuela, 2020). Disponible en: www.jorgemoralescorona.wordpress.com
Jorge Morales Corona
(Coro, Venezuela, 1995) Una de las nuevas voces de la literatura venezolana con mayor reconocimiento en la actualidad. Aparece en la escena literaria en 2013 con su poemario “Escribiendo en Tierra de Nadie” y en 2014 se lanza internacionalmente el poemario “Peregrina de Vidas” teniendo gran recibimiento por lectores iberoamericanos. Actualmente se desempeña como Presidente de la Editorial Awen y está al frente de la columna “RUTA 6”. Autor de poemas, relatos y cuentos recogidos en diversas antologías editadas por la Editorial Diversidad Literaria en España. Comparte su vida entre la literatura y el estudio de medicina.
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