Cuento de  Carlos Eduardo García Torín sobre el gusto por narrar.

Había una vez


Cuento de Carlos Eduardo García Torín sobre el gusto por narrar.

Por Carlos Eduardo García Torín

Ilustración Sorg
(Tomada de http://celiabascoy.blogspot.com/)

Había una vez tres palabras: había una vez.
Los escritores se reunieron para discutir la conveniencia de esas palabras.
—Había una vez — Dijo el director de la reunión para abrir la cuestión — ¡vamos! Empecemos por el primer factor, ¿por qué razón había? Digo, somos narradores de historias pero ¿por qué causa ponemos nuestra visión en el pasado? ¿Tan difícil es hablar del presente? ¿Tenemos miedo a decir simplemente “hay”? ¿Qué nos impide mirar hacia adelante y abrazar con comodidad la conjugación en “habrá”?
—Seeé… ¿por qué la renuencia? —replicó alguien más secundando y todo el auditorio se alborotó en una jauría de exclamaciones.
—Mi personaje tuvo un incendio en su casa, apenas pudo sacar a su hijo, pero perdió a su esposa. Cayó en coma durante diez años producto de una lesión en el lugar. ¿No cree acaso que necesite dejar todo esto en su pasado? ¡Ya ha sufrido bastante! No lo haré presenciar de nuevo todo.
—¡Podrías acompañarlo si está en el presente! No seas hipócrita diciendo que te preocupas por él. Si dices “hay” tendrás que estar parado a su lado y eso es todo lo que te incomoda.
El escritor sintió el gancho derecho a su ego y se sentó. Realmente no quería volver a verlo, era viudo, acababa de serlo apenas un par de días, no tenía hijos, pero no le gustaba la idea de volver a ver una pérdida, ni siquiera ajena en un personaje. Había escrito sobre aquel hombre para que fuese quien se llevara esa pesada maleta a la parte trasera del tiempo. Se sintió un poco avergonzado de verse descubierto en su presente y aun ver su espalda todavía alejarse. Se sentó, pero la algarabía continuaba a su alrededor.
Otro se levantó. Dijo un pelirrojo en voz alta:
—Mi personaje era un adicto, bebía, jugaba, y encima le era infiel a su esposa. No me siento orgulloso de lo que fue. Pero no tengo que preocuparme por él ya, toda su historia se desarrolló en un breve periodo de tres semanas que se resolvió. Sucedió hace dos años.
—Muy astuto admitir el pasado y negarles el presente. ¿Dónde está ahora?
El autor se sintió incomodo ante esa respuesta, porque el personaje estaba basado en el mismo, estaba justo dentro de sus zapatos ahora y no se sentía cómodo con su vida hoy. No había logrado todavía dejar atrás aquel hombre porque sus pasos estaban sincronizados con los aquellos, solo sus tres semanas de historia, un paréntesis, fue lo que dejó atrás.
El director celebró avivar el fuego del desorden en el debate y apuntó más alto y preciso.
—¿Y por qué “una vez”? Acaso le tenemos miedo a las posibilidades. Las cosas pueden volver a repetirse, en la vida real sucede a menudo, incluso los errores. En este momento alguien está tropezando con la misma piedra y no lo lamenta para nada. Probablemente lo hará nuevamente cuando no les estén mirando. Así pues, donde están los escritores que escriben sobre ellos. ¿Dónde están los que especulan sobre el futuro?
—Se refiere a los de ciencia ficción —dijo uno gordito entre ellos al sentirse aludido— también formulamos en pasado lamento decirle. Pero comprendo su nueva pregunta señor Director, tengo que reconocer que de todas formas no hay mucho de donde explorar. Elegimos una alternativa y eso es todo, tengo personajes que nacieron en la estrella Sirius en principio a una distancia de 3mil años de nosotros, pero aun así he doblado como alambre la historia para hablar de ella en tiempo pasado. Son buenas ideas pero escribimos de lo que podría ser como donde ya fue —y sintió vergüenza porque no había reflexionado en ello hasta ahora y se sentía orgulloso como escritor de ciencia ficción hablando de mundos futuros que lamentablemente no eran tal.
La discusión comenzó a mermar. En el fondo parecía que cada uno solo escribía sobre sus desgracias, sobre sus equivocaciones, o desordenes, pasiones intimas y personales. Escribían para exorcizar lo que les avergonzaba o entristecía, y aunque no se los preguntara el director, admitirían no poder hacer otra cosa. Un hombre joven de cabello despeinado se levantó en la penúltima fila.
—Mi personaje es devorado por las hormigas mientras le dice a una chica cuanto le gusta. Pero no le molestaría ser devorado por perros si puede decirle que le ama, o picoteado hasta morir por un ganso si puede escuchar de ella que le ama a él.
Todos quedaron un poco confundidos, pero notaron la formulación en tiempo presente.
—¿Su personaje está loco?
—No lo creo… su nivel de neurosis está en el rango de lo aceptable socialmente.
—¿Es de dulce? ¿Es un payaso hecho de caramelo o algo así? Tiene que ser un personaje absurdo para llegar a una situación como esa. ¿Tal vez ella es la reina de las hormigas o algo así? ¿Historia infantil? —dijo uno que tenía expresión de militar frustrado.
—No. Es un muchacho de 34, saludable, no fuma ni bebe, realiza caminatas a diario y no consume grasas en exceso. No es don perfecto, eso sería absurdo, pero sus defectos son tan vulgares como él. Se obsesiona con las cosas que le apasionan y a veces su franqueza es hiriente, pero hay quien diría que eso no es un defecto. Ella tiene sus ojos claros y marrones, muy linda, sin pretensiones, pero se ve sexy con sus anteojos de pasta dura que le dan cierto carácter hipster e intelectual. No es una historia infantil.
—¿Qué tipo de hormigas son? ¿Carnívoras del amazonas? Me parece que el Sr. Quiroga escribió en su momento algo así. Era una historia de terror y muerte— Quiroga estaba muerto y no estaba en la sala, pero aun así le zumbaron los oídos cuando se habló de él.
—¿Pero lo hizo Quiroga en tiempo presente? — preguntó el director.
—No… creo que no.
—Eran de las negritas y pequeñitas, comunes en parques y zoológicos. Ni nombre deben tener. Puedo asegurarle que no hay nada terrorífico en la escena. Si los ve como yo los veo los notará felices y llenos de vida. En el momento justo y perfecto, ellos parecen saberlo.
—Es una historia cursi entonces. De amor donde todos se casan y se dan muchos besitos y tienen muchos bebes…—dijo una escritora de pelo corto haciendo besitos con boca y apapuchando el aire como un niña que se burla de otra.
—Pues no es una historia romántica si a eso se refiere. No hay tragedia ni trama de amor imposible. Es posible que haya amor en el futuro ¿quién puede descartarlo? Pero es posible que no. Al barajar todas las posibilidades ¿quién puede saberlo?
—¡Una pitonisa!, ella seguro puede ayud… oh, no perdón. Escribí sobre ella en tiempo pasado, se terminó cuando se fue en barco para Italia. Ya no sé nada de ella, la perdí. —dijo otro y se sentó de inmediato.
—¿Es usted? ¿Usted es ese personaje? — acusó un viejo estirado en traje de mayordomo inglés.
—Oh no. Calzamos lo mismo pero yo peso 10 kilos más que él, tengo 6 años menos y no me obsesiona nada. Puede que un trago como recompensa cuando termino de escribir un capitulo bien hecho pero eso es todo… además me gustan las chicas más bien góticas.
Todos comenzaron a discutir. Alguien de pronto entró con prisa cargando un ganso dentro la sala.
—Necesitamos verlo. Tráigalo hasta aquí queremos ver sus entrañas textuales. Queremos leerlo con nuestros propios ojos. Necesitamos descubrir su trama. Saber cómo funciona y ver hasta dónde llega y es capaz de sacrificarse. ¡Tenemos que resolver su historia!
—Oh no. Claro que no—todo el auditorio estalló en reclamos y volaban papeles.
El escritor se levantó con rapidez, comenzó a recoger poco a poco de los asientos muchas cositas invisibles. Todos le atacaban a preguntas y alzaban sus plumas como lanzas ansiosas de guerra, mientras él en actitud de escape se retrasaba inclinándose varias veces sobre el suelo. Se escabulló en medio de una lluvia de insultos, reclamos, peticiones desesperadas y ruegos.
Entonces llegó a la puerta con la mano cargada de hormiguitas colocándolas en un frasco con cuidado, un hombre y una mujer escapaban por detrás del escenario cogidos de la mano pero nadie los notó. El escritor les miró con determinación plantándose un segundo como todo un personaje de novela heroica al que le faltaba en escena la capa, el viento y la colina:
—Hay historias que solo les pertenecen a sus protagonistas. Ellos elegirán sus propias posibilidades.
Y se fue sin tocar la puerta sosteniendo las hormigas contra su pecho, no sin antes hacerles primero una señal con el dedo.



Carlos Eduardo García Torín

0 comentarios: