Texto leído en el evento Crónicas Corianas, en el marco del aniversario 491° de la ciudad de Coro. Teatro Armonía, 18/7/2018  Por J...

Crónica: Corianidad del alfabeto


Texto leído en el evento Crónicas Corianas,
en el marco del aniversario 491° de la ciudad de Coro.
Teatro Armonía, 18/7/2018 
Por Jair Gauna


Eudes Navas Soto, nuestro gran cronista y artista polifacético, escribió alguna vez sobre la vida despreocupada de la ciudad; anécdotas, líneas de vida que todos callaban, que caerán en el olvido porque no hay lugar para ellas en la historia oficial que reposa en las bibliotecas. En esta urbe que parece inalterable a las gentes y los tiempos, ha habido maricos y maricas desde su fundación primigenia, al igual que han existido en el resto del mundo desde el inicio. Taguaras, restaurantes familiares, fiestas en casas a puertas cerradas, discotecas; sólo basta un trago adulterado para que un desconocido comience a seducirte entre miradas reveladoras y muy pocas palabras.

En el lugar menos sospechado, de esos donde venden parrillas y muchas cervezas, un hombre casado te invita un trago y saca a relucir su perfil: tiene carro y dinero, tiene esposa pero no te dirá quién es, tiene hijos pero seguro no los conoces. Te invita un rapidito mientras maneja hacia La Vela, si no estás de ánimo te deja su Whatsapp, pero no escribas porque levantaría sospechas y responderá la cuaima en defensa de su marido. Si ellos tuviesen que vestir la letra escarlata, pensaríamos que se trata de una manifestación política. Un vecino comentó una vez «Se metió a marico después de viejo, cuando ya tiene bastantes nietos» y pensé para mis adentros «La chochera no le da para seguir ocultando que prefiere comer sables sin filo en lugar de seguir fingiendo con su señora». 

Se pensaría que los maricos fuera del clóset son los más peligrosos porque son desinhibidos, que por favor alguien censure a este negro marico que está leyendo, porque en cada sílaba propaga su mariconería a mil por hora. A pesar de lo que se diga en las calles, les confieso que respeto a los hombres que visten de mujer, a los homosexuales de voces chillonas; tuvieron la opción de ocultarlo y no lo hicieron, pudieron casarse y preñar mujeres con una inyectadora pero siguieron su instinto. Ellos saben lo que quieren y no se andan con mariqueras de clóset. Para ellos todos los cirios de nuestra catedral, donde serán canonizados por su valentía, y además UNESCO les reconocerá como fauna de la Plaza Bolívar.

En sitios como el Federal, Pecados, El Majestic y Hangar se las podía ver. Montadas en tacones imposibles, ondeando pelucas que nunca se despeinaban, rodeadas de tanto dorado como las modelos de Klimt. Basta un poco de sus perfumes para causar alboroto en la esquina del Punta del Sol, donde los carros se detienen disimuladamente, asegurándose que nadie les ha reconocido y así conciliar la tarifa en medio de la oscurana. 

Las discotecas de ambiente han ido cerrando sus puertas, quedan pocos lugares para la comunidad del alfabeto, L-G-B-T-I-Q-P-A y cada mes se suman dos letras más. Ahora la cosa es hacer una fiesta en casa y pasar la voz entre conocidos. Muchos ya se conocen entre sí y no pueden llegar solos porque significará que son unos maricos solitarios, así que asisten con el ex, el culito, el novio legal o el cacho. Te encierras en el baño y alguien aprovecha para encerrarse contigo. El dueño de la casa te recuerda que uno de los cuartos está en alquiler, porque la situación está muy difícil y hay que sacar plata hasta de las puterías. Un amigo anunció carne fresca: llegó alguien foráneo, quizás un estudiante de medicina, de esos oriundos de Barinas que aprovechan el anonimato en la ciudad y ejercitan sus libertades. Dentro de 15 años, ese muchacho será un doctor respetado, con esposa e hijos, y llorará cuando su hijo le confiese que tiene un novio. 

Algún día los leones de la alcaldía llorarán semen ante tanto sexo lascivo en los rincones de las plazas y estacionamientos, en los callejones sin tráfico y los terrenos baldíos, en el famoso baño del Costa Azul. Pero esta ciudad también es testigo del dulce enamoramiento; mancebos que caminan por la Av. Manaure tomados de la mano, como si estuviesen en algún lugar carente de prejuicios. Si prestas suficiente atención, una voz fluye durante el crepúsculo en el desierto, habla de amantes fieles entre las dunas, de hombres que se han prometido mutuamente dejar la cobardía de lado y anunciar su amor a los vientos alisios. El fluir de esta voz ha hecho que muchos renunciemos a las convenciones de la soledad y la desaprobación propia. Muchos llevamos una vida en pareja, y sin dudarlo, nos deshicimos del manto invisible que cubría a todos los habitantes del clóset que nos precedieron. Después de todo, el armario de cristal nos quedó chiquito entre tantos cujíes y apamates en flor.





Jair Gauna Quiroz
Venezuela (1992). Escritor y ensayista, miembro de la Cátedra de Literatura Agustín García desde el 2014. Además, investigador y crítico de arte que ha realizado varios textos curatoriales para exhibiciones individuales y colectivas del Instituto de Cultura del estado Falcón y el Museo de Arte Coro.

Ilustración: Jofredys Fajardo