Experimentar sobre la letra o la imagen gráfica sobre un soporte, presupone aceptar la aventura transitoria o permanente en los espacios del lenguaje visual o escrito. Premisa y motivación que nos invita a celebrar la muestra plástica de Miguel Antonio Guevara.
Podría dilucidar acá, sin oponerme al estadio o hecho comunicacional de una búsqueda que se orienta hacia el texto gráfico o bien a la grafía textual, pero incurriría en el error de abandonar o soslayar el abonado terreno experimental que representa el hecho de disfrutar al observar los collages de este joven hacedor.
En él se confunden el poeta y el pintor; siendo de profesión sociólogo, decanta sus misterios y magias insospechadas, reelaborando la realidad a partir de fragmentos, no sólo de ideas o de sueños, sino acentuando desde la “Palabra libertaria” hasta la súper posición de iconos o/a través de la materialización de planos de papeles encolados sobre un soporte, un poco para otorgar a la vida, la dignidad de aquellos que se atreven a entablar nuevas operaciones en el orden de la comunicación y ofrecer puntos de vista distintos de lo que debería ser la praxis artística.
Por supuesto que es innegable el mar de influencias en este tipo de actividades donde a través de mecanismos aleatorios, los creadores realizan su oficio, tocados o guiados casi siempre por “sabios” observadores, variables fuentes y ecos inusitados.
Siempre habrá que mirar atrás y encontrarnos con los Futuristas italianos, los Dadá, el constructivismo ruso, los surrealistas en sus dos primeros manifiestos y por supuesto con el padre del collage Kurt Schwitters, pero irónicamente, quiero celebrar con ustedes, el hallazgo con dos viejos abrevaderos nacidos en nuestra bella tierra venezolana, me refiero en primer término al trabajo de Samuel Robinson, otredad que nos permite ahondar experiencias como la ofrecida por Simón Rodríguez hacia 1850, quien nos legó la “Tipografía Musical” extravagancia creada para dar énfasis a la expresión de sus ideas; a su vez, vale la pena citar la Foliografía de plantas de los Andes (1895), cuya edición sólo consta de dos ejemplares, sus ilustraciones son el tatuaje de las hojas, que como huellas del espíritu de las plantas, vienen a dar cuenta en estos dos escritores de una profusa creatividad y de un profundo nivel de experimentación por la palabra y la imagen gráfica. De otras experiencias en foráneas latitudes me es pertinente señalar a Max Ernst, padre de la sintaxis visual y cuyo azaroso trasunto óptico nos legó el imaginario de percepciones macroscópicas y microscópicas de la cultura universal. Todo este introito viene a cuento, ya que a poco se celebró en El hall del edificio Santa María, sede de IARTES, a la salida de la estación del Metro en Bellas Artes, la muestra expositiva:
“No Mire al Interior de la Casa del Infierno”, título paradojal e irónico de esta suerte de Instalación de Miguel Guevara donde la técnica del collage hace de las suyas, para asomarnos en un caos aparente, en una ilusoria tempestad de imágenes que eluden un tal Infierno, donde somos atrapados por enfermos híper textos o abúlicos paradigmas humanos tirados al bote de la basura formal. Muestra corriente y mundana del viaje que debemos emprender para abordar esta época de metástasis del asunto que no hemos de tomar en serio, sobre todo en estos.
Tiempos, donde han fallecido los grandes relatos. A mi humilde parecer, el asunto de esta exposición va por otros senderos, como podría referir el poeta Antonin Artaud ante una sociedad enferma de poder y que propone a sus
Podría dilucidar acá, sin oponerme al estadio o hecho comunicacional de una búsqueda que se orienta hacia el texto gráfico o bien a la grafía textual, pero incurriría en el error de abandonar o soslayar el abonado terreno experimental que representa el hecho de disfrutar al observar los collages de este joven hacedor.
En él se confunden el poeta y el pintor; siendo de profesión sociólogo, decanta sus misterios y magias insospechadas, reelaborando la realidad a partir de fragmentos, no sólo de ideas o de sueños, sino acentuando desde la “Palabra libertaria” hasta la súper posición de iconos o/a través de la materialización de planos de papeles encolados sobre un soporte, un poco para otorgar a la vida, la dignidad de aquellos que se atreven a entablar nuevas operaciones en el orden de la comunicación y ofrecer puntos de vista distintos de lo que debería ser la praxis artística.
Por supuesto que es innegable el mar de influencias en este tipo de actividades donde a través de mecanismos aleatorios, los creadores realizan su oficio, tocados o guiados casi siempre por “sabios” observadores, variables fuentes y ecos inusitados.
Siempre habrá que mirar atrás y encontrarnos con los Futuristas italianos, los Dadá, el constructivismo ruso, los surrealistas en sus dos primeros manifiestos y por supuesto con el padre del collage Kurt Schwitters, pero irónicamente, quiero celebrar con ustedes, el hallazgo con dos viejos abrevaderos nacidos en nuestra bella tierra venezolana, me refiero en primer término al trabajo de Samuel Robinson, otredad que nos permite ahondar experiencias como la ofrecida por Simón Rodríguez hacia 1850, quien nos legó la “Tipografía Musical” extravagancia creada para dar énfasis a la expresión de sus ideas; a su vez, vale la pena citar la Foliografía de plantas de los Andes (1895), cuya edición sólo consta de dos ejemplares, sus ilustraciones son el tatuaje de las hojas, que como huellas del espíritu de las plantas, vienen a dar cuenta en estos dos escritores de una profusa creatividad y de un profundo nivel de experimentación por la palabra y la imagen gráfica. De otras experiencias en foráneas latitudes me es pertinente señalar a Max Ernst, padre de la sintaxis visual y cuyo azaroso trasunto óptico nos legó el imaginario de percepciones macroscópicas y microscópicas de la cultura universal. Todo este introito viene a cuento, ya que a poco se celebró en El hall del edificio Santa María, sede de IARTES, a la salida de la estación del Metro en Bellas Artes, la muestra expositiva:
“No Mire al Interior de la Casa del Infierno”, título paradojal e irónico de esta suerte de Instalación de Miguel Guevara donde la técnica del collage hace de las suyas, para asomarnos en un caos aparente, en una ilusoria tempestad de imágenes que eluden un tal Infierno, donde somos atrapados por enfermos híper textos o abúlicos paradigmas humanos tirados al bote de la basura formal. Muestra corriente y mundana del viaje que debemos emprender para abordar esta época de metástasis del asunto que no hemos de tomar en serio, sobre todo en estos.
Tiempos, donde han fallecido los grandes relatos. A mi humilde parecer, el asunto de esta exposición va por otros senderos, como podría referir el poeta Antonin Artaud ante una sociedad enferma de poder y que propone a sus
sujetos sociales como víctimas, no queda otra alternativa que apostar a la magia, al ensueño, a la revaloración de los medios de representación en las artes plásticas y visuales, territorio donde el collage, sus elementos sustanciales retroalimentan la psiquis y actúan sobre el espíritu, al decir del padre de L´ "Momo“ porque las disposiciones de la naturaleza son profundas y verdaderamente infinitas.”
El Collage: diálogo marginal o eficacia alterada
El collage no es una realidad fija, es una realidad polivalente, superpuesta por otras realidades. Cada fragmento, cada imagen sumada, cada forma colocada, bien sea al azar o bajo la impronta de un orden pre establecido, dará como resultado la ilusión de una realidad que abreva a su vez en múltiples realidades, un poco “a imagen y semejanza” de un del Trompe l" oeil “Pintura que a distancia crea la ilusión de la realidad, particularmente de relieve”. Larousse. Diccionario enciclopédico, Coedición internacional., página, 1003. 2003.
Los collages la suma de grafías, letras y situaciones dadas sobre la imagen suscitan en la obra de Guevara el sendero hacia el mundo de las ideas y la comunicación: ¿Un infierno? O un espacio dialógico cuyo sendero ha sido impregnado por las huellas del alma.
Son inherentes al proyecto expuesto por Guevara: la esencialidad de los elementos constitutivos del collage, su apropiación del espacio, sus ocultas y abiertas posibilidades, donde los signos transigen una y otra vez el soporte y la imagen deambula por el territorio del papel.
Se prestan, códigos al fin, a abiertas o profundas interpretaciones, que como en todo legado del arte, subyace el factor comunicacional, pero no es obligatorio ni determinante establecer el diálogo entre observador y público, incluso podríamos violar esa premisa.
Lo relevante está y existe en la forma, la composición, el rictus poético, el azar sugestivo de las imágenes, la usurpación del espacio por la violencia. La fotografía, su alteración, luego el frotado y el proceso del montaje. Las texturas en tanto volúmenes, o el volumen en cuanto a la forma. El collage como mecanismo sensible capaz de alterar lo pre establecida por el ojo racional̶ anal y la lógica enferma de Occidente. Por lo tanto no podemos reducir en absurdas ecuaciones mentales a la manifestación artística a un desiderátum poblado por tratados y fórmulas donde el hipertexto mediático o la imagen transmediática no existen por lo menos en el collage porque no se les ve. Habitan por supuesto en las imágenes de la “mass media” y en nuestras bancarias y dóciles mentes tributarias del poder.
Lo que si observamos, es el desplazamiento en el plano de un cúmulo de imágenes que quieren decir, las cuales hablan de una cierta dosis de potencialidad poética transferidas, alteradas, propiciadas en el libre juego del collage para hablarnos de la perenne huella humana transferida en el lenguaje, situación que nos emociona y acerca al joven artista no como un agitador de las artes ni un reformador de la técnica, lo que nos nueve a seguirlo es lo que tiene de brujo, de mago de feria, de ilusionista de postín, de vendedor de ilusiones, en una sociedad donde los que ejercen un oficio son condenados al olvido por el santón de turno. Al hablar de Miguel, hablo de lo miles de migueles ignorados e invisibilizados por el enfermo poder de facto de nuestra cultura, de los miles de olvidados pintores, de los cientos de olvidados teatreros, de los incontables poetas y narradores que están a la espera de la seguridad social como mínimo premio o de un reconocimiento público. Miguel Antonio Guevara hoy es nuestro mago, y esperamos que la ilusión no muera sino que se haga realidad una sociedad donde impere la “justicia” y la “igualdad de oportunidades”, sin necesidad de entrar al infierno.
Roger Herrera Rivas
Poeta venezolano (Caracas, 1962). Es licenciado en teatro por el Instituto Universitario de Teatro. Ha publicado el estudio monográfico Apuntes sobre el teatro y su doble (2001) y los poemarios Fragmentos (1987), La crin de Dios (1996), Desadaptados (2000), Elegías de Wölfing y Los balandros son dioses (2005).
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