Texto de Jair J. Gauna Quiroz de orden autobiográfico. Se publicará en tres entregas, esta es la primera, disfrútenla.
Mira todo de varios ángulos y siente, nunca tranquilices el ojo,
sigue el ejemplo del río que está siempre yendo,
aunque está detenido va cambiando
Por Jair J. Gauna Quiroz
I
Los primeros momentos de la infancia que hoy vienen a mi mente, son días de lluvia tempestuosa. El vendaval golpeaba con fuerza los tejados, inundando los desagües que iban a un lado de la acera. Mi tío nos ayudaba a hacer barquitos de periódicos que irían a deshacerse heroicamente en el torbellino de la esquina, y a veces, cuando pensaba que nadie podía verme, me bañaba desnudo en el patio, corriendo entre los árboles bajo los relámpagos que devolvían claridad momentánea a la oscuridad en que nos encontrábamos.
Aquella niñez onírica regresó a mí esa tarde, cuando decidí que estaba obligado a comer en el restaurante universitario debido al escaso tiempo para planear una cena exigua. Entonces me puse mis botas para la lluvia y tomé mi paraguas amarillo, luché contra el viento que intentaba dañar su esqueleto metálico a medida que me abría paso entre las personas que esperaban el autobús a Rodoviaria o cualquier otro lugar distante.
Fue así como dejé atrás la calle General Osório y caminé la calzada de piedra de Lobo da Costa, la calle con el nombre de aquel poeta paupérrimo que se suicidó lanzándose a una zanja profunda luego de escaparse de un manicomio. Me apresuro un poco en el inicio de la Plaza Coronel Pedro Osório, donde se encuentra una gran contradicción: haber colocado la escultura del cuentista zángano João Simões Lopes Neto en la calle del Lobo. Neto tan hijo de familia portuguesa y Costa tan huérfano, uno preocupado por las tradiciones gauchas y el otro pensando en el Brasil indígena, la sangre noble de los esclavistas y el borracho del pueblo. Dos intelectuales confrontados en la esquina de aquella calle que conmemora el fin de la monarquía, el famoso Quinze de Novembro de 1889.
Bajo la pendiente hacia la esquina de la calle Santa Cruz, comprendo al fin que las casonas de aquellas familias portuguesas estuvieron siempre arriba, donde la lluvia no se acumula sino que baja hacia el barrio Porto, formando lagunas frente ilês y negocios modestos. Estas fluctuaciones de poder en el paisaje invisibles para quienes caminan diariamente me recuerdan que estoy en una región latinoamericana: edificios con paredes de cristal junto a casas de ladrillos con techos de escayola y mármol, ventanas pequeñas llenas de rejas junto a ventanas amplias con marcos decorativos, estilo humilde y práctico en contraste con la estética afrancesada de finales del siglo XIX. Una herencia colonialista que debe ser preservada, pero que también debe convivir con los logros arquitectónicos de nuestros días, siendo estos de materiales más modestos, con la ausencia de nuevas esculturas de querubines y follajes. La lluvia comienza a empeorar y me arrepiento de haber salido, ella va libre, bañando las aceras y los árboles, corriendo por drenajes y creando charcos, humedeciendo a todos los monumentos y edificios por igual.
Jair Gauna Quiroz
Venezuela (1992). Escritor y ensayista, miembro de la Cátedra de Literatura Agustín García desde el 2014. Además, investigador y crítico de arte que ha realizado varios textos curatoriales para exhibiciones individuales y colectivas del Instituto de Cultura del estado Falcón y el Museo de Arte Coro.
Venezuela (1992). Escritor y ensayista, miembro de la Cátedra de Literatura Agustín García desde el 2014. Además, investigador y crítico de arte que ha realizado varios textos curatoriales para exhibiciones individuales y colectivas del Instituto de Cultura del estado Falcón y el Museo de Arte Coro.
0 comentarios: