Reseña crítica del Roger Herrera Rivas sobre la obra de Miguel Flores y el Teatro 3.

Máscaras y Contracultura: Búsquedas del Teatro 3

Reseña crítica del Roger Herrera Rivas sobre la obra de Miguel Flores y el Teatro 3.

Por Roger Herrera Rivas

Fotografía tomada de  Escuela Nacional de Arte Teatral

De todo uso y para toda conveniencia han de existir las máscaras. En ellas nos vemos reflejados y nuestros antepasados han motivado los ritos, persuadidos del poder de la máscara. No obstante, las máscaras siempre han sido aludidas bien, para retratar una sociedad dada o para justificar día a día nuestro papel de tartufos.
Sea de una o variadas maneras, nos valemos no sólo del disfraz como imagen travestida de la real (personalidad), sino de todo lo que conlleva el ocultamiento (la sombra) o mejor decir el estigma simulado por otra máscara, como el maquillaje. A sabiendas de su impronta la máscara está en nosotros, habita nuestros sueños y deseos proyectándolos como alegorías y arquetipos del juego societal en nuestros actos cotidianos. Y es pretensión nuestra cambiar o usurpar personajes tanto como nos abarque la existencia social y con mayor énfasis es pertinente a la índole teatral, hacer de la escena el espacio ideal para que velados transiten esta fiesta de la vida, desde el terror hasta la quimera; traficando hipocresías y penas sin soslayar el dolor que nos traspone aquel que prevarica o quien musita falsas alegrías y se duele con disolutas aflicciones. Demos pues identidad a estas cuartillas propiciando en el elenco: ¡Mierda, harta mierda en el 28 aniversario de estos revulsivos de la escena!

Mascaradas Contestatarias del Teatro 3


El cumplimiento del teatro elaborado por Miguel Flores y su troupe se logra trasegado por arquetipos y alegorías que fungen de vigas columnas o travesaños en el levantamiento de la estructura. En primer término diremos. Él elige su dramaturgia y a sus dramaturgos, de allí que sea un grupo abierto a nuevos espacios, una compañía experimental no sólo en el lenguaje dramatúrgico, sino en el plano accional. Transitamos a formas donde el drama se hace revulsivo y reflexivo, dando holgura al humor y prestigiando la parodia y el circo. Dadas las características de esta escritura vemos elegir a Flores, por ejemplo los juegos psicológicos y urticantes de Rodolfo Santana, para luego producir un salto al vacío al trabajar con la performance “Mi País está feliz” (1996). Hija putativa de mi sangre dramática bajo el hilo conductor de Flores. Presume acaso ¿Muerte del significante? ¿alude restituir el significado? o tal vez se convierta en estos tiempos heroicos en materia de estudios para abyectos historiadores. La escena debe continuar por lo tanto corre el riesgo y se inmersa en los tratamientos diletantes de Rubén Darío Gil en “Matando un tigre”, para luego dar la espalda y romper con ello; sumergirse y bucear en la visión vanguardia, abrupta, sombría y radical de Heiner Müller en “Medeaspellia” (2000). Nacida y negada a regañadientes es mi hija doble, Dirección Artística y adaptación de la dramaturgia y Flores en la Dirección General.
Entonces hace acto de presencia el teatro –cápsula, presto hace gala el fragmento y desciende al pozo roto del espejo. Cristal– fragmentado, devenido en hijo natural de tantas damas y varones de la escena. Precursores, entre ellos tenemos a Puskin, creador del Ciclo Bóldino en Rusia, compuesto en el Otoño de 1830, es decir cuatro micro dramas, cuatro pequeñas tragedias. Luego la contribución de Bertolt Brecht y sus cápsulas sintético–dramáticas, suerte de apuntes épicos y exploraciones de lo breve. 
Rememoremos a Valle–Inclán, sus esperpentos, dados en oposiciones a la deformación de lo real u alteración de los espejos, en una suerte de síntesis del lenguaje. No obviaremos, esa suerte de drama comprimido o teatro para para llevar de Samuel Beckett, a saber su “Solo”, e “Improntu en Ohio”. Y para despedirnos las ácidas pastillas del teatro fragmentario de Heiner Müller; su sintaxis glacial y explosiva, cuya dramaturgia última es un ejemplo de sindéresis, cuya intención performántica abruma a todos aquellos iniciados y diletantes que desean aludir el fragmento y el collage como si de una formula se tratase.
Las raíces de la contracultura como grupo de choque en estos teatreros son actitudinales, situacionales y sin remedio performántica. No se reducen a la puesta en escena o/ a lenguajes crítico  ̶ dignificantes relativos a la superación de la opresión del hombre por el hombre, o los recorridos angustiantes en la condición del movilizado por violencia o en la incertidumbre del migrante, postulados por W. Mrozak en “Los Emigrados”. Es pertinente aclarar que en el fondo, lo que subyace en el inframundo de las sinuosas sombras de estos montajes es el juego de máscaras, mecanismo de imposturas sociales, maquilladas por los mass-media como en la obra ya citada de Mrozak, a saber:
“El juego de luces en la obra nos hace estar fuera del tiempo real de la propuesta, es como si aceptáramos vivir en un área miserable del ser, donde sus taras y bajas pasiones se complementan para aprobar una verdad velada pero existente de hecho. Una relación de existencia oculta tras la piel. Los impositivos sociales se disponen en estos contrastes, de sutiles atmósferas anunciadoras de estallantes epifanías o revelaciones crípticas. Los personajes en sus obras, cumplen con papeles donde “desenmascaran” sus egoísmos y terrores, aunque juntados en el celo de ser descubiertos en su verdadera esencia”. 
Toda diferencia (económica, política, social, etc.) es denudada con preámbulos ideológicos que nos hacen evocar los fallidos y clownescos intentos de nuestros burócratas en épocas de elecciones; es esta soledad sumada a la crisis de fe en el individuo y al juego perdido en virtud de la razón, que nos hacen cavilar y en resumen expresar, se ha perdido el Ser, caminamos al fracaso. Empero surge un hilo de luz, breve, el hombre y sus máscaras, una vez más abonando la vida y el teatro. 
Miguel Flores va tras la huella del maestro Santana a descubrir a partir del hallazgo en "El Animador", los presupuestos estético-ideológicos fraguados por la visión de la lógica dominante del poder Burgués.
Empero, la impronta de fondo en la obra es develar las máscaras de Marcelo Guinero (Diego Cisneros) quien está a cargo de manejar los criterios de los contenidos de los enlatados en la planta de televisión y por supuesto de Carlos, que secuestra a Marcelo y lo hace vivir el drama de los televidentes: el consumo desmesurado; la lógica del capital; la pulsión mediática de información y comunicación; la oferta y venta de anhelos e imaginarios. Estos a propósito son el meollo de los dramas manejados por el regidor del Teatro 3, al ofrecernos a través de sus personajes, bien sea a partir de la pluma de Santana, Darío Gil o Müller, la incesante máscara humana imponiéndose desde el poder en ocasiones reduciéndonos para ocultarnos, alienándonos y trabajándonos para terminar conversos en serviles consumidores u/ o actores de feria. O bien revelarnos, alzarnos contra lo establecido a través del teatro. 

Caracas, 02 de febrero de 2021




Roger Herrera Rivas
Poeta venezolano (Caracas, 1962). Es licenciado en teatro por el Instituto Universitario de Teatro. Ha publicado el estudio monográfico Apuntes sobre el teatro y su doble (2001) y los poemarios Fragmentos (1987), La crin de Dios (1996), Desadaptados (2000), Elegías de Wölfing y Los balandros son dioses (2005). Contacto: 0426-5169205 -  rhnavaja@gmail.com

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