En la sección Jardín nos complace honrar al poeta José Pepe Barroeta con una selección diversa de sus escritos a cargo de la poeta Cristi...

Selección José Barroeta por Cristina Gálvez Martos



En la sección Jardín nos complace honrar al poeta José Pepe Barroeta con una selección diversa de sus escritos a cargo de la poeta Cristina Gálvez Martos





Por José Barroeta



De Todos han muerto (1971)


LA HEROÍNA



Tú, la hermética,


insensible,

confeccionada para no amar.

Yo, el enajenado,

te deduje de un astro de cobre.

Tú, la implacable,

haz del amor una hoja y púdrete.

Tú, la maledicente,

observa cómo hay cielo en las tumbas;

regresa de la tierra.

Tú: la soledad

y las heredades.



CANCIÓN PARA UNA BRUJA ENAMORADA




Yo quise comer amor bajo los manzanos


me dieron uñas y sal.

Yo quise manzanos.



Pedí el corazón de un niño

me arrojaron botellas.

Tuve una higuera llena de huesos

y los niños cantaron a mis noches.



Arrugada pedí amor a los hombres

se reían

y los naipes mostraban la cara

del rey viejo.

Yo soy la bruja enamorada,

antes fui serpiente

después mar,

luego escogí la noche en andanzas.



Poseo los secretos

y volveré a ser niña.



FUEGOS




La casa quedó junto al río hecha trizas. El sueño de mi padre


se convirtió en polvo. Los árboles caían como espejos y los hombres

corrían con cubos grandes. Las mujeres lloraban rodeando a mi

madre. Eglé y yo contemplábamos los fuegos y sus ojos, más reverentes

que los míos, advertían la tragedia.

Aquella noche fui a la ciudad, me emborraché con Marcelo.

Los campos se miraban rojos y como arrasados por la muerte.







BOSQUES DE DIOS




Cubierta de panes y miel,


como una mesa de pastores, mi alma no tiene


testigos.

Han pasado cálidas ramas

y el dueño del paisaje no ha hecho sino

mentir.

Antes también yo escondía mi muerte. Como hoy,

el fuego quemaba la verdad,

palidecían mis rasgos, había fe.

Despojados viven quienes premeditando mi dolor,

me apartaron de un Dios que amaba con entusiasmo en la aldea.

¡Señor!

Cuánto recogimiento hubo en el templo. Y hoy,

quién roba mi corazón vacío.

Vuelva a mí la luz

y caiga el peso del ángel en los bosques.



SONATA




Que música de Orfeo te cante y seas conmigo.


Que la mesa sea servida por pájaros.

Quede en mí la sonata

que la muerte segura me cantaba en los bosques.



Que el agua de los ojos de dios caiga sobre la tierra.

Que el dulce honor del ángel me cubra y acompañe,

que el oro del cadáver haga reino en mi espíritu.



Que en abril sea mi muerte,

que sea como el derrame de mi hermana pequeña

en su cabeza. Que asimismo a mis nervios los escale la sangre

y sienta yo el bello vértigo en los campos del otoño.



De Arte de anochecer (1975)



A MI TOS NO HAY LANA QUE LA CUBRA




A Víctor Valera Mora




A mi tos no hay lana que la cubra.


Tengo tanto miedo que espero, padre,

un vaso de agua solo.

El deseo de octubre de llevarme ha pasado,

pero tengo miedo.

La bestia me llama,

la mía,

la que tanto contuve.

Lo que pensé dejar en el espíritu

se volvió cuerpo

y tan indulgente es conmigo la vida

que todavía anochece.

Cuando los frutos de mi pueblo caen

son ellos mis dueños,

no he hecho nada para mantenerlos

en el corazón.

Tengo un gran susto, padre,

díselo a mi madre mientras tocas

su almohada.

Di que me hurtaron la perdiz

y el higo,

la sombra de setiembre que tan mal

traté.

No puedo padre.

Mi hermana vive como gallina

y deseo sus plumas;

tanto amor en el vientre de ella

no lo soporto.

Mi codicia por los viejos lugares

padece de fábula.

Tú y yo, padre,

nos dábamos citas en los bosques.

Antes de acudir imponíamos silencio.





EN LA MAÑANA




A Miyó Vestrini




Hay sol.


La leche de mi padre baja del cadáver

al aire.

Una leche onírica,

en estado de coma

derriba el brillo del verano en su inicio,

dobla blancas las rosas donde se posa

el pájaro.

Hay sol.

Mis hermanos como polluelos

comienzan a abrir espacios en la

tierra tímida.

Hay sol.

Yo voy en el carro de los muertos

con flores de noviembre

y leche de mi padre en la cara.







NOVIEMBRE




A Mario Abreu



Vamos a buscar a mi padre,


noviembre.

Tengo el cuerpo lleno de manzanas

y puedo salir con tu nombre de mes

a las colinas,

esperar que salgan los astros

y nos lleven a él,

a su cabeza negra perdida en el fango.

Vamos por las casas,

donde tu claridad noviembre

asusta a las mujeres

a buscar a mi padre en el fondo de la sopa

que hierve.

Entremos al cadáver por los huecos de oro

que abren los conejos

y miremos cómo te posas tú en ellos noviembre

próximo a los ojos de la convulsión animal.

No dejes casa sin rastrear

ni río ni piedra ni arboleda

métete por toda hondonada

por toda piel noviembre

y llévame a los sitios calurosos del muerto.

Deja tu laboriosa claridad de abeja como símbolo

de que en cualquier lugar está mi padre muerto

nutrido de ese amor que pongo a la noche cuando

lo busco.

Déjame fijo y sin herida,

claro

como la mujer que vive en mi cuerpo,

mientras yo preparo el retorno al cielo del cadáver

que busco

y que se agita misterioso en dios como el primer movimiento

que se hizo sobre el mundo,

veloz y fértil como el padre muerto

que busco noviembre contigo.





ARTE DE ANOCHECER




Hay un arte de anochecer.


De la entrada del cuerpo al alma,

de la niebla a la redondez

y del círculo al cielo

hay un arte de luz,

un campo donde anochecer

es mirar a la vida

con el cuerpo cerrado.

Hay un arte de anochecer,

un descenso en la entrada del día

a la completa oscuridad,

un intermedio donde es necesario

recibir y saber todo sin estremecimiento.

Hay un arte,

un paisaje a veces amable

a veces torvo,

donde ascenso y descenso son accesorios

a la materia limpia.

Hay un arte de anochecer.

Quien haya vivido o soñado con bosques,

luces y demonios,

lo sabe.






JUNIO




A Luis y Betania



De qué tonalidades al mirar en el


amanecer

están hechas mis manos

y afuera, en el mundo,

qué coloridos tienen las raíces

y la piel del sapo recién salido apenas

de la charca.

Qué orígenes tiene esa sombra

que cae en mi pecho

como los duraznos,

atraída a mi soleada habitación

por la gravedad de mis nervios

o por el oblicuo temor

de que se quede allí,

por siempre,

o impida el paso a la sombra

verdadera.

De qué susto están hechos mis

latidos

en los momentos en que se escucha

un gallo misterioso

y el cielo es un azul de lactancia

que conmueve,

que impulsa sin tiempo alguno hasta

el fin.





HUERTO DE LECHE




Una vaca pasta.


En el recodo la miro bajar

y siento lamer su cielo de rocío.

Está viva,

tan viva como yo y nada absurda,

limpia y alegre.

Un animal blanco de dios gira en la campiña

su rostro de misterio;

una vaca viva, deseada y hermosa.

La vida y la muerte andan por sus ojos

sin prisa,

se embellecen y pastan delirantes

en ellos.

Mi corazón

mirando la vaca del campo

se ha puesto delicioso.

Yo miro hondo en mí y siento

el paraíso.






De Fuerza del día (1985)



MEDIOEVO




Los iluminados tienen agua en la nuca,


viven con tanta luna que no saben amanecer

sino en los

patios,

recogiendo latas, pollos, huevos de candela.

Traspasan conchas de cielo y conchas de albedrío,

hierven como puentes levadizos soñando con medioevos,

con guerras,

túnicas, con artillerías que llevan los pies al ostral

donde nos cogíamos de la mano y nos mirábamos los cuerpos

resplandecientes.

Los iluminados reposan sin edad,

abstraídos hacia la lengua de los hierros,

desposeídos y sin alba.













ALBA DE SAPO




Mataron al sapo de la casa,


lo mataron.

Su cadáver abre a mi vientre la juventud,

la ignora y sepulta en vasos seculares.



El sapo salta de sus cuernos de noche

mi alta espera,

me ofrece una vieja moral de luz,

orea la barriga del duelo.



Lástima da ver al sapo de sacrificio

por su abandono de sapo sometido a la verja

que miré con codicia.



Soy un sapo. Salgo de noche con el origen

a comenzar. Tengo verrugas.



Nada he hecho por salir de catástrofe antigua:

soy feliz y el mar muerto está en mí.



Voy a dar saltos.

Atesoro la dignidad de dar pequeños saltos.

Me muevo y soy un muerto entre las hojas,

un sapo, nada más.









USOS




Mis costumbres, flores.


Mis perros, soles. Mis padres y mis madres,

soles,

heridas de adentro y de afuera,

de amarillo rodeados por la muerte.

Entre aquellos polvos que la llamarada deja,

queda un camino curvo,

una atmósfera de árboles cerrados,

un polvo eterno que volverá invisible.

Te amo día de hoy por lo que hemos pensado;

tocando piedras, flautas, frutas silvestres nos veremos

hoy,

ayer o mañana sobre nuestras costumbres.




José Pepé Barroeta
José Barroeta (Pampanito, Trujillo, 1942-2006), conocido como Pepe Barroeta, fue un ensayista, abogado, profesor y poeta venezolano.

 

Cristina Gálvez Martos (Caracas, Venezuela, 1987). Poeta, traductora y docente de inglés. Es Licenciada en Letras por la Universidad Central de Venezuela. Realizó estudios en Gestión Cultural (Fundación Itaú, Montevideo). Cursó una maestría en enseñanza de inglés como lengua extranjera (Universidad Central de Venezuela). 
Formó parte de diversos talleres literarios en Caracas, entre ellos los impartidos por Armando Rojas Guardia, Rafael Castillo Zapata y Belén Ojeda. 
Ha publicado: Psicopompa (Monta Ávila Editores, 2015 – Premio en poesía del Concurso para Autores Inéditos); Bicorne (Casa de las Letras Andrés Bello, 2016 – Mención en el VI Concurso Nacional de Poesía); Fauna de Cal (Casa de los Escritores del Uruguay, 2020 – Premio de poesía Saúl Ibargoyen); Animal más oscuro (plaquette antológica digital, Fundarte, 2022) Diario del Eclipse (plaquette digital, Petalurgia, 2022).

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