Una aproximación al trabajo de la artista visual Yuruhary Gallardo por parte del escritor Miguel Antonio Guevara.
Por Miguel Antonio Guevara
Me gusta creer que en ambos está en la misma línea visual de sus trabajos anteriores, en la que predominan los colores vivos junto con un mundo de lo informe y la posibilidad de la mancha, es decir, de imágenes inasibles, como del humo del sueño, que parecen sacadas de la misma naturaleza que representa, puesto que si algo tiene lo no humano es aquello que es difícil de definir, de aprehender, de fijar.
En el caso de la serie de pinturas tituladas “Cuando llueve” se trata de una mirada atenta hacia lo no humano y al mismo tiempo lo humano lidiando con aquello que está fuera de su comprensión, pero no en las preguntas abstractas de la filosofía o de otros momentos sesudos, sino en el instante de la salida de la enajenación individual, el observar una hormiga, una planta, una gallina, ese mundo tan complejo como libre de instituciones que está fuera de nuestras preocupaciones cotidianas y que nos supera en cualquier sentido.
Su lenguaje
característico, digamos, pictórico, del uso de la forma, del uso del color, está
allí, se sabe que es una de sus marcas, sin embargo, en esta oportunidad
expresa otras dimensiones también inmateriales como en aquella mancha y
posibilidad de sus anteriores trabajos espectrales, que no es que se hayan
quedado en el pasado sino que se han transformado en otra cosa, en otras
posibilidades y fugas.
Repito, se trata de
salir de lo humano y ver cómo la otra vida, la redificada, la del rizoma, como
un árbol y sus ramas y raíces, se muestra exuberante, pero también otras
figuras que no son del orden del sueño sino más bien del orden de la memoria, ¿De
qué se trata? ¿Serán familiares que ya no forman parte del mundo de los vivos?
¿Recuerdos? ¿Personajes del pueblo de la infancia?
Hay escenas y también
personajes identificables, pero también permanecen aquellas cosas que no se
precisan, no solo si son humanos o no humanos, sino sobre todo, otros celajes,
otros fantasmas, esta vez, los de las emociones, del color, como huellas e
impresiones, de ese retorno a un lugar de inocencia, o como dice la artista,
esa necesidad de “aceptar
nuestra fragilidad, porque la pintura es una cosa seria e inocente al mismo
tiempo”.
Con respecto a “Homenaje
a Marisol”, me parece que es un proyecto que está en un lugar existencial
similar, es decir, no corresponde necesariamente a lo no humano pero sí busca
un lugar ajeno a lo que entendemos por humano, ese asunto del trabajo y la
actividad constante a la que hemos sometido la vida. La mujer que Yuruhary nos
pinta, Marisol, está en una plena rebelión del no hacer, ella comparte con sus
plantas, sus animales y su café. No hay presiones, no hay apuro, no es el
sujeto que se molesta ante saberse presionado por el mundo, por el tiempo, por
sí mismo. Es rebelde doble, tanto como persona negada a la actividad
productiva, como también por ser una mujer que se niega al hacer, que es el
imperativo doméstico patriarcal en torno al sujeto mujer. En este caso, esta
mujer también tiene una estancia doble, la del no hacer y la de la mujer que
está en su sueño o estancia vegetal rodeada de mangos y coronada por una
estrella, símbolo también presente en su otro trabajo, el cual mencionaré
líneas más adelante.
Estas imágenes me
recuerdan a las odaliscas que tanto hemos visto en la historia de las imágenes,
pero que en este caso es una que no está para el disfrute erótico de una mirada
externa o masculina, sino una sujeta que solo está para el disfrute de sí misma,
del no hacer. Si la anterior muestra de Yuruhary era sobre lo no humano, como
ya he dicho, esto es el no hacer, que en la lógica del homo faber que nos
atosiga es, repito, el gran acto de desobediencia ante este tiempo de
hiperproductividad.
Mientras unos van
acelerados al trabajo o hacen guerras, digamos, mientras están siendo bien
productivos para las dimensiones humanas, Marisol no hace nada, que viene a ser
el arquetipo de mujer estoica, que por cierto Yuruhary escoge inspirándose en
su suegra al compartir con ella durante su estadía en Barinas mientras
realizaba estudios de artes del fuego, en donde también fabricó erizos, hojas y
otros asuntos no humanos de los cuales me gustaría hablar en un futuro; es en
esa atmósfera en la que tuvo la oportunidad de conocer esa actitud llanera del
no hacer ante el calor de la tarde. No queda más ante el ambiente hostil que
esperar a que la temperatura baje y tras el reposo, volver a los asuntos de la
actividad, sean estos domésticos o no. O por qué no, a otros modos de rebelión.
Me llama la atención que
en ambas muestras la mayoría del trabajo se trata de piezas en gran formato,
como el caso de la titulada “La estrella animalista”, que consta de una sola
obra, que podría considerar como el eje sobre el cual gira la exposición “Cuando
llueve”, de la cual el resto de piezas cuentan una historia, que podrían ser
una por una suerte de fábula que se cuenta por separado, pero que también
funcionan como unidad, como corpus, hablándonos de un diálogo con aquellas
cosas fuera de la humanidad, no solo con la naturaleza como lugar común, sino
aquello que está ahí y no necesariamente para nosotros, sino para cosas que no
podríamos ni tampoco hace falta discernir en los límites de lo que hemos
racionalizado como existencia.
Finalmente, creo que lo
que considero más importante de la obra de Yuruhary, en comparación con otros
de sus trabajos, es que la imagen informe y llena de color permanece, con
símbolos, escenas que desde la simplicidad nos llevan a reflexiones poderosas,
pero como he comentado, no se trata solo de problemas humanos, sino de otro
orden, que ni siquiera se trata de rechazar o de poner en oposición las cosas
humanas y no humanas, sino más bien de la integración de lo humano con aquello
que se cree separado de sí, se trata de un tipo de integración en todos los
reinos de lo dado, lo humano y lo animal, lo vegetal, lo mineral, pero sobre
todo, el reino de la imaginación y los sueños, que desde luego no son
patrimonio de ninguna entidad específica.
Miguel Antonio Guevara
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