
Tras el fallecimiento de Eduardo Gasca el pasado 14 de septiembre de 2024, compartimos cuatro testimonios desde lo más íntimo de la amistad.
Por quien lloran las palomas
…El dilema no es tanto de qué lado
De la reja quedamos, sino con cuál pie dar el paso.
Eduardo Gasca
Por Ingrid Chicote
El título de la trilogía quedó en la página
anterior. Fue pie de página, no título. De todas maneras,
Picasso trassa su nesso. ¡Cuánto cubismo en los trozos de palabras
que hay armar y rearmar en la cabeza para soltar el areruya a la amistad, a
los viajes por la selva, a los amigos que eran libros y que eran otros
idiomas! Ya lo veo hablando con István, mientras Donatella les sirve un
trago. Tantas cosas que les eran comunes y me mira diciéndome: sabes que no
creo en esto, pero que maravilloso es estar por estos lados.
Alucinante.
nesso muerto con rostro limpio de caballo sin rostromanso de dormir centaurito dormido
Le gustaba el idioma y los idiomas. Traducía libros, gestos, cartas, líneas
que jamás fueron escritas y cuando ponía todo eso en papel, era él mismo con
los tangos y la sonrisa en la cara bien puesta y pulcra (la sonrisa escondía
lo que se hallaba escondido detrás de sus ojos). Él tenía un trazo sobre la
arena y juntaba a las personas como a los granos a través de su fina
resonancia con la vida y con la amistad y con el compromiso de ser un
humilde servidor del lenguaje y sus signos.
te tracé quise darte un emparrado y hasta un río apaciblepara esta muertey una guirnalda clásica y símbolos y signoslas alegorías del campeón quebradoel rey roto de la pistay la interminable cadena de peplos
Era un simple un ser humano, aunque lo difícil de su simplicidad era aceptar
sus reglas y sus normas: siempre escritas con claridad y amor. Todo dependía
del respeto al librepensamiento y a la ausencia de toda colonización del
otro y a todo protagonismo: la libertad de pensar, asentir o disentir eran
asuntos tratados con delicada ortografía: impecable andar de pie. De Eduardo
aprendí el lujo de envejecer de pie y con ánimo de seguir después de todos
los finales.
este saludo escandaloso al vientoque callamos
El mar de Oriente siempre lo traerá de vuelta, con las oraciones del pueblo,
Vistas desde una ventana. ¿Quién ha dicho que se ha ido? ¿Quién puede dudar
de su presencia? Esta es otra manera de decirnos que se puede ser cubista
hasta morir y vernos por una rendija de nube, cuando el sol se asoma por la
ventana del computador y releer viejas conversaciones y responder…
los ojos al sol sentado sobre el pueblovigía tras las ventanas la sexa pobre vozque echa las redesdel cuento
Esas conversaciones con el maestro y amigo
Por Eduardo Embry
Lo estoy viendo con su sonrisa, a veces irónica cuando contrastaba el
mundo que sonamos y el mundo que se nos da, de sumas y restas, de
multiplicaciones y algoritmos de la inteligencia artificial, cuando
hablábamos en la "matica" o el bar "de los bandidos" nombre que
imprudentemente le di a ese lugar de secretas "peas" donde salían versos
de magníficos poetas.
Mi tocayo, me hablaba de los poetas norteamericanos qué más le habían
impresionado, Sylvia Plath, Ezra Pound - a qué obviamente conocíamos - y
su tremenda influencia en TS Eliot. Eduardo GASCA me introdujo en la obra
de un poeta poco conocido del sur de los Estados Unidos: Edgar Lee
Masters. me devore su gran colección Spoon River. En torno a ellos eran
nuestras conversaciones etílicas, lo mío debe haber sido muy aburrido para
el maestro, sobre mis andanzas medievales, que él sabía burlándose de los
pillos, del Lazarillo y sobre todo, del Libro del buen amor, de la
trotaconventos y de las delicias del Arcipreste de Hita.
¡Ah! ¡Cómo gozábamos de la risa con las aventuras de Sancho y don Quijote!
En una de esas, yo aproveché la ocasión, sacando pecho, cuando le hablé
del episodio de la quema de los libros de caballería, uno de los que se
salva de la hoguera es "La Araucanía".
Bueno, ya he dicho mucho, quiero volver a la poesía que se impuso. La
Poesía y los poetas son una peste, pero una peste qué nos salva –sugiere
el cura–, la poesía es Vida, la poesía para nosotros, en esos lugares de
Cumaná. Fue Una locura de amor y lealtad con amigos y amigas. Gracias
Ingrid, Dina, Celso y Ramon Ordaz por sus palabras.
PARA INVOCAR LA VIDA
en apenas un susurro
Por Mery Sananes
Hace pocos días supimos de tu silencio y aunque tu voz jamás deja de derramarse sobre mí, te escribo hoy, no para despedirme de ti, sino para invocar la vida. Esa que nos trajo juntos por tantos años. La que compartimos desde el aula de la Escuela de Letras, en la que recogíamos la enseñanza de tantos escritores, a la vez que la batalla desigual que se daba entre los poderosos y los soñadores. Ese espacio donde la muerte se derramaba como hierba, mientras intentábamos cambiar sus coordenadas con la esperanza de que algo transcurriera que nos devolviera alguna paz.
Un tiempo en que construimos un afecto indeleble, que perdura más allá de toda pretendida ausencia. Y allí en ese mágico territorio en que nos tocó recorrer andenes ajenos, seguíamos y aún seguimos imperturbables reinventando sueños que jamás se marchan. ¿Cómo entonces hablar de despedidas? ¿Cómo detener los hilos de los papagayos dibujando bellezas en los cielos del tiempo?
¿Cómo dejar de mirar el sol y la luna, rescatando tu voz para esparcirla como un maná de ternura? ¿Cómo separar lo que es parte de uno? Nos ha tocado despedir a tantos que cuando menos lo esperamos reaparecen en nuestros corazones como esos imanes que hacen milagros. Esas hojas de otoño soñando la primavera que habrá de renacer desde su vuelo. Y tú dejaste estelas de amor y creatividad, de poesía y de ese contener las sinrazones de todo aquello que aún nos pertenece.
Y allí en esos espacios mágicos sigo buscando la fuga del sol y la danza lunar, sostenidos en tus versos, en tus palabras, en tu entregarte a lo lejano para que quedara inscrito lo vivido. Yo retomo tu vivir, tu paso silencioso por los pasadizos más oscuros y los días que escancian milagros. Y no te dejo ir.
Sigo buscando los jeroglíficos que nos dejan los árboles, que nos entrega la música de un adagio, la esencia de la flor que jamás deja de regresar. La luminaria de tu corazón donde me alojo para que nunca cesen las conversas. Y tejo, en tus manos siempre extendidas, el arrobo de los árboles, el aroma de las rosas, la fuente de una lluvia contenida en una vasija de mieles.
Te he querido y sigo queriendo en la dulzura de las horas derramadas sobre la tristeza. Y me siento a tu lado para dejarte recados de flor, adagios que sueñan ser alegros, dibujando sobre el silencio la ruta de ese vivir inagotable que nos has dejado y sigues y seguirás dejando.
Zarcillo, cartas y Eduardo Gasca
Por Carolina Álvarez
A veces, sobre todo después de cierta edad, te das cuenta de que poco a poco se está yendo la gente que quieres. Que se van por siempre y para siempre. Sabes que la vida es así. Que todos nacemos y nos vamos a morir. Sabes que es así y de alguna manera has aprendido a aceptarlo. Pero luego viene y se muere Eduardo Gasca y el golpe es fuerte. Se va para siempre el humilde y gran intelectual Eduardo Gasca, el que además de editar revistas, dar clases, escribir cuentos, poemas y cartas, tradujo de forma inigualable, textos de Joyce, Poe, Mészáros, Kropotkin, del mismísimo Francisco de Miranda y su Colombeia, además de otros autores importantes.
No he conocido a nadie que fuera tan consecuente y comprometido con la correspondencia escrita como Eduardo. Siempre respondía, se tomaba su tiempo. Alguna vez le sugerí que, así como tenía sus cuentos y poemas reunidos podría escribir un libro con sus “cartas reunidas” y casi se ofendió. La idea de que algo de lo que escribiera para sus amigas y amigos se publicara le parecía terrible. Sus cartas eran de un carácter personalísimo.
“Siento un rechazo visceral por el género epistolar. Mis cartas son para un solo lector, exclusivamente la persona destinataria. Para nadie más. No son para publicarlas. La correspondencia entre escritores, escrita con la intención bajo la manga de reunirla más tarde para publicarla en forma de libro me parece un fraude. Es un fraude”.
Hace más de 40 años, allá por 1977 o 78, cuando estudiaba el bachillerato normal (el que se estudiaba para ser maestra) tuve una compañera de clases que se llamaba Rosa Pasionaria Gasca. La llamábamos Rosita, era delgada, activa, inquieta. Ella nos hablaba de su papá comunista que había estado preso y que ahora estaba estudiando Literatura Comparada fuera del país. Entonces, el papá de Rosa se presentaba ante mí algo así como un padre héroe, muy opuesto al mío. Mi papá, si bien fue realmente un padre amoroso -y ahora lo rescato en su justa medida- en ese momento ocupaba la figura o prototipo del patriarca reaccionario y conservador con quien debía romper para poder liberarme y comenzar la revolución.
Como decía, Eduardo Gasca le escribía cartas a Rosa y ella a veces las compartía con nosotras. Eran textos tan entrañables que sin darme cuenta fui construyendo todo un mito alrededor de aquel padre guerrillero que escribía cartas llenas de poesía. En una de estas cartas él narraba un pasaje que se me quedó grabado. Hablaba de cómo en uno de los jardines del campus universitario había una ardilla que tenía una pieza de metal en la oreja. Eduardo le había dado por nombre Zarcillo; él le daba migas de pan que ella comía de su mano. El papá de Rosa le decía que siempre la tenía presente cuando se encontraba con su ardilla. Después de graduarnos en 1979, no supe más de Rosa ni de muchas de mis compañeras de la normal.
Años después, en 2007, cuando trabajaba en Monte Ávila Editores, tuve la oportunidad de coordinar la edición del libro Todos los Cuentos de Eduardo Gasca; enseguida me di cuenta de que este autor tenía que ser el mismo de las cartas donde aparecía la singular ardilla. Con mucho respeto le pregunté si efectivamente era el papá de Rosa Pasionaria y me dijo que sí. Yo le conté que Rosa nos mostraba sus cartas y cómo se me había quedado grabada la historia del animalito. A partir de entonces comenzamos a escribirnos. Al principio nuestras conversaciones giraban en torno a la edición del libro, pero a lo largo de los años ya “hablábamos” de todo lo que nos importaba: la familia, la política, el trabajo, las rabias, las angustias, las decepciones, los logros, las publicaciones… Hacia el año 2020 o 21 dejé de recibir correos de Eduardo y supimos que estaba enfermo.
Solo conocí a Eduardo por sus cartas. En algún momento pensé que nunca llegaría a verlo personalmente. Pero el año pasado fui a la Feria del Libro de Nueva Esparta y junto con su querida amiga Carmen Bohórquez fuimos a visitarlo. Era muy probable que no me reconociera, sobre todo porque nunca nos habíamos visto, pero sorprendentemente sí supo quién era y me abrazó, lloramos un poquito. Fue un momento intenso. Entre otros recuerdos que volvieron a su mente ese día, narró a su esposa Celeste y a Carmen Bohórquez la historia de Zarcillo.
0 comentarios: