Un relato de Javier Guédez en homenaje al Indio Pastor López, en ocasión de su fallecimiento el pasado mes de marzo de 2019.

Pastor López es mi pastor

Un relato de Javier Guédez en homenaje al Indio Pastor López, en ocasión de su fallecimiento el pasado mes de marzo de 2019.


Al Indio y toda la gente del Caimito

No cualquiera se vuelve loco,
esas cosas hay que merecerlas.
J. Cortázar

Por Javier Guédez

Nos tocó viajar a Caracas porque era el único lugar donde se reunían los especialistas para resolver la operación del páncreas de mi mamá. Mi mamá ha sufrido mucho de todo, y todo el tiempo. Es fuerte para eso, yo no.
Tenía como doce años cuando pasó. Ya me estaba desarrollando y procuraba que todo me saliera bien, aunque me costara. Me alegraba mucho verme crecer y mutar, todo me olía mal y lucia terrible frente a los vidrios de cualquier carro. Llena de acné, grasa, mal aliento frecuente. Dentro de todo me gustaba sentir los primeros vellos en la zona púbica y en las axilas. Eran como pequeñas ofrendas, horribles pero gloriosas. Era como sacarse la licencia de conducir. Se abrían todos los caminos.
Nos fuimos mi mamá, mi papá y yo. Mi hermano mayor se quedó en la casa, no sé por qué. El viaje en el autobús demoró más de 21 horas, era muy raro, pero cuando nos bajamos del autobús, todavía teníamos sueño en el cuerpo. El terminal estaba sin mucho tráfico de gente, se podía caminar y ver las personas a los ojos sin que nadie te atropellara la mirada.
Tomamos el primer taxi que vimos, el conductor era un chico con síndrome de down, muy simpático y amable como es natural en todos ellos. De hecho cuando nos abrió la maletera del carro para guardar el equipaje, antes, nos abrazó a cada uno con una fuerza sobrenatural. Buenos días, buenos días, buenos días amigos, repetía insistentemente. Bienvenidos a su línea metropolitana. Entramos al carro y se puso en marcha.
Mi mamá enseguida lo felicitó, le dijo que era un héroe por lo que había logrado, por su decisión firme de vencer los paradigmas, pero eso le molestó mucho.  Nos respondió que los héroes no existían y que si era posible no se la repitiéramos a ningún otro taxista de la línea donde todos tienen ese síndrome, ni por mucho héroe que fueran. Porque nadie puede ser un héroe, decía. Los héroes deberían estar prohibidos para siempre. Nada de héroes, nada de viajes del héroe, nada. Insistía muy molesto. Mi mamá se disculpó, mi papá venía dormido, yo miraba por la ventana, todo se movía rápidamente. Al llegar cancelamos y el taxista nos pintó una puñeta cuando nos quisimos despedir. Tenía razón, porque dentro de todo nos queríamos hacer los héroes con ese tipo de comentarios.
Llegamos a la clínica, mi mamá entró a la consulta con mi papá. Yo me quedé afuera caminando por los pasillos, masticando chicle y leyendo  los avisos portátiles de miles de consultorios según todas las especialidades médicas. Me acerqué a ellos y percibí que los nombres eran intercambiables, en forma de acrílicos movibles. Miré a los lados, era de noche, todos los consultorios estaban cerrados y aproveché de coquetear con Caracas por primera vez. Fui sacando de cada una de las casillas los nombres de los doctores para reubicarlos aleatoriamente. Los internistas los mezclé en la sala de otorrinolaringología, pediatría en el lugar de los neurólogos, urólogos con ginecología y así. Un verdadero desastre. Me reía por dentro, aunque a veces se me salía un ruido del cuerpo que trataba de evitar para no delatarme ante aquel acto de rebeldía.
Cuando mamá y papá salieron les pregunté cómo les fue.
-Mañana me intervienen. Me dijo mamá. Mi papá no hablaba.
-Está bien contesté, te ayudaré en lo que pueda. Mi mamá le dijo algo al oído a mi papá, mi papá asintió con la cabeza, entonces mi mamá llamó por teléfono, habló, pidió un favor y parece que se lo hicieron. Cuando colgó me indicó que ellos se quedarían en el apartamento de mi tía Lina en El Marqués esa noche, pero que yo no cabía porque el espacio era pequeño. Entonces que alistara mis cosas que me iba a dormir con La Yuri en el valle, total ya era una adolescente.
En ese momento no había forma de decir que no, uno simplemente procedía y punto. Tomé mis cosas y esperé a que me vinieran a buscar en la recepción de la clínica. Saqué una revista Tú que me habían comprado y comencé a leer solo los recuadritos donde se comentan las atrocidades cometidas por los artistas en sus primeras citas. Al rato vi un carro afuera tocando corneta desesperadamente, era un Fiat Tucán amarillo pollito, parecía un juguete. Yo sabía de carros por un álbum que tuve cuando era pequeña.
Me puse en camino, mis padres se habían tenido que ir antes, no hubo tiempo de que ellos se saludaran. Yo venía de Mérida, caminaba lento. La mujer bajó el vidrio del copiloto mientras pegaba la mano en la corneta como una loca. Me asusté un poco no puedo negarlo. 
Se bajó, me abrió la puerta y me empujó para que entrara rápido. Hola, soy Yuri mamita, disculpa la gorila pero es que en un rato cortan el agua en el edificio, y tengo que sacarme la mugre de encima, porque mañana me tocan tres juicio en los tribunales.
La Yuri era abogada, medía muy poco, creo que era más pequeña que yo, no pasaba del metro y medio de estatura. Se parecía a Napoleón Bonaparte pero con el cabello largo y desordenado, muy mal teñido. Su cuerpo era como un envase de helado en la presentación de 1kg, regordeta, la ropa le quedaba apretada por todas partes. Tenía las tetas enormes, pensé que en cualquier momento se le iban a salir sobre la camisa y le taparían el rostro, poniéndonos en un riesgo de chocar horrible. Los pezones no se le marcaban, según calculé el rabo si parecía plano, como una pista de aterrizaje. Vestía fuera de la moda, las piernas eran de futbolista. Las joyas no parecían de fantasía, le alumbraban todo el rostro moreno, un anillo en cada dedo, diez anillos en total. Uno más feo que el otro, pero parecían de oro de verdad, tengo que reafirmarlo. Eran de oro. Oro puro.
Tenía una foto de Pastor López en la guantera. Toda Venezuela sabe quién es ese tipo. Me le quedé mirando, entonces de inmediato me puso la mano en el hombro y me dijo: mira chiquita ese es el único Pastor en el que creo, mucho cuidado. Y subió el volumen del radio. Me contó que había sido su novia cuando era joven, en el barrio del Caimito donde se criaron, en Barquisimeto. Había sido el primer hombre que la respetó en su vida. Yo fui la que lo enseñó a usar anillos, me dijo. Los diez anillos representan simbólicamente momentos de nuestra relación. ¿Que significaban?, le pregunté. Se quedó callada, no quiso entrar en detalle. Me contestó otra cosa
-Tienes la nariz muy chata mi amor, eso no le gusta a los hombres. Te voy a dar un secreto. Perfílatela tú misma, agarra una peineta de pelo y póntela todas las noches sobre la nariz, te va a doler un poquito al principio, después te acostumbras. Duerme de esa manera por un mes y verás. Peor es andar así.
Las calles estaban oscuras. Llegamos al apartamento, ya no había agua, nos bañamos con tobos, tres para cada una. Me hizo que me bañara con ella para ahorrar lo poco que había recogido en la mañana. Fue una pena enorme, pero no tenía otra opción, el violín me estaba ahogando. La Yuri tenía varias marcas en el abdomen, la vagina es un recuerdo que conservo con mucho agrado, le colgaba como un pulpo ennegrecido. Se había dibujado una balanza con los vellos abundantes y muy negros, simulando la figura ciega de la justicia. No le pregunté nada, pero parece que se lo había hecho ella misma.
En la espalda lucía un montón de tatuajes muy mal pintados, como hechos con nitrato de plata, eran pequeños y muy separados unos de otros: anclas, rosas abiertas, motos de alta cilindrada, calaveras, y lo más sorprendente, una lista de varias canciones de Pastor López. Era cierto lo que me había contado sobre él. Tenía otro, que no había visto, justo en el cóccix que decía en letras grandes y góticas: Descarriada, parecido al que tiene Phil Anselmo, el vocalista de Pantera. Justo ahí se dibujaban diez anillos sobre las tablas de Moisés. Cada uno tenía una frase corta, un mandamiento. 

Primer anillo: Me amarás sobre todas las cosas aunque me convierta en una cosa extraña.
Segundo Anillo: No pronunciarás mi nombre en bares. 
Tercer anillo: No matarás este amor ni porque te esté matando.
Cuarto anillo: No robaras mis letras, solo mis encantos. 
Quinto anillo: Cometerás adulterio pero no me dejarás nunca. 
Sexto anillo: Serás mi último Pastor. 
Séptimo anillo: No sufrirás cuando la muerte me llame.
Octavo anillo: No tendrás dioses ajenos delante de mí.
Noveno anillo: No tendrás días de reposo.
Décimo anillo: No te harás imagen, ni semejanza alguna de lo que está arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni en las aguas debajo de la tierra.

Después hizo que le enjabonara las piernas y los pies porque a pesar de ser muy pequeña tenía mucha barriga, y no le permitía esos riesgos a su edad. Hice todo con humildad y respeto, yo había llegado hasta ahí para aprender una lección. Estaban muy sucios, creo que había pasado meses sin lavárselos bien. Tenía una forma de vivir que no reconocía por ningún lado.
Me dio de comer un huevo y un pan tieso, luego ella se sirvió de la nevera una hamburguesa bestial. Me dijo que la había comprado hacía una semana en Baruta, después de una rumba. Me quiso convidar pero me negué con educación. Después me comentó que lo único que tenía de tomar era ron. Lo sacó de la despensa y lo puso sobre la mesa. El olor era penetrante. SUPERIOR. Me sirvió en una tacita de peltre, y me dijo
-Anda toma, te caerá bien. Con eso dormimos como unos lirones. Sabía horrible, pero me lo tomé por partes, no podía ser descortés con La Yuri, que según era una amiga de mi mamá de toda la vida. 
Nos fuimos a dormir, no quiso usar agua para que nos cepilláramos. Me quité el sucio entre los dientes con las uñas. Intenté rastrear mi habitación pero los dos cuartos tenían llave.
-Ven chiquita, vamos a dormir juntas y así ensuciamos una sola sabana, recuerda que no tenemos agua. 
Eso ya era bastante, por un momento sentí miedo, pero me relajé respirando profundo. Nos cambiamos. Ella usaba como un pijama de corsé rojo que terminaba en un hilo dental. Este es el que uso los viernes por la noche, pero es lo único que tengo limpio para hoy, no me gusta dormir desnuda. ¿A ti no te importa verdad?, me preguntó. No, respondí.
Nos acostamos. Ella leyó algunos fragmentos de un libro de tapas de terciopelo, sin título, lo susurró y se dio media vuelta. Comenzó a roncar rapidito, a mí me costó mucho más dormirme, mi posición era rígida, como si me fueran a meter en una urna. 
Alrededor de las 4 de la mañana, escuché un golpe fuerte sobre la cama. -Pastor, Pastor, coño Pastor, gritaba La Yuri. Había levantado rápidamente la mitad de su cuerpo. Luego se paró sobre la cama moviendo su cabellera como una cantante de trash metal, Pastor mírame, aquí está tu morronguita. Se dejaba caer dos y tres veces como si lo estuviera poseyendo para tener un hijo de ese hombre, de su Pastor. No te vayas, vamos a beber en el Nuevo Cari vía Quibor, donde nos conocimos, esa barra es nuestra, y después cantamos toda la noche karaoke, anda. Todavía tengo nuestro último ron, nuestra última servilleta, nuestro último anillo, nuestra última cena. No te vayas. Pastor, Pastor y seguía gritando con mucha fuerza, desesperada pero con los ojos cerrados, estaba poseída, teniendo una relación sexual fantaseada. Luego comenzó a llorar. Yo rebotaba en la cama con cada movimiento, no tenía ningún manual de instrucciones para controlar a esa bestia. Comencé a llorar de nervios, pensaba en mi mamá. Al rato se tranquilizó como si nada, al parecer era una costumbre de todas las noches, cuando terminó el show, me dijo: vístete, ya es hora pico, tenemos que llegar a tiempo a la clínica.
Nos cambiamos, bajamos a pie los 7 pisos. No había servicio eléctrico los miércoles, igual el ascensor no servía según entendí. Ella andaba descalza, con los zapatos en la mano, así se montó en el Fiat Tucán amarillo pollito y nos fuimos.
-¿Dónde estará Pastor? Repetía, Pastor, ¿Pastor estas aquí?, bésame anda, decía como loca, era una especie de mantra que no tenía que oír yo, lo hacía para sus adentros, como intentando escuchar una respuesta. Bajaba el vidrio y lo llamaba. Pastor, ¿estás ahí? Yo me quedaba escuchando nada más, no tenía una sola palabra en mi diccionario para definirlo, ni un solo gesto en mi repertorio para reaccionar ante lo que estaba viendo. Pastor, ven, súbete al carro, le decía a la gente que pasaba. Pastor, no me hagas esto, vente que nos están esperando. Pastor, hoy es nuestro aniversario. Pastor, no sigas, no te juegues así conmigo, Pastor aparece, Pastor. Yo soy tu única traicionera, y no me voy a morir nunca, soy bonita y mentirosa como a ti te han gustado siempre, el negro José viene mañana con tabaco y ron. Soy yo tu mujercita buena, Pastor. Golpe con Golpe yo pago, tú lo sabes bien, mi Pastor.
Hasta que llegamos a la clínica. Ya era tarde. Cuando entramos, como si nos faltara alguna novedad, un personal de seguridad del tamaño de la puerta nos interrumpió el camino.
-Buenos días, disculpe señora ¿es usted su representante? Y me señaló.
-Sí, claro. Le contestó La Yuri
-Acompáñenme las dos por favor. Nos fuimos con el hombre.
Cruzamos un sinfín de pasillos muy fríos. Hasta que nos hicieron entrar a un cuarto con varias pantallas planas de 42 pulgadas cada una, que se distribuían en muchísimos cuadros muy pequeños donde se veía toda la clínica por pedacitos. Ubicaron un video, lo retrocedieron y pusieron la imagen de la noche en que había cambiado los avisos médicos y luego el de la mañana siguiente al acto, donde llegaban las secretarias y los pacientes y se veía el alboroto, todo el mundo perdido. 
Me apené. Y pedí disculpa, La Yuri me miró y se echó a reír. A mí no me daba risa. Ella le dijo algo al oído al hombre de seguridad, mientras le apretaba los huevos y eso fue lo que hizo que nos dejaran ir en paz. Salimos del cuarto y caminamos rapidito, tomadas de la mano, se escuchaban sus tacones con un eco escalofriante. Me llevó en dirección a la habitación donde estaba mi mamá en plena recuperación. 
Al salir del ascensor vimos a todos los médicos chocándose las manos con las enfermeras en el pasillo, porque al parecer ya mi mamá se había lanzado el primer peo o esfluvio como lo llamaba mi papá. Un buen síntoma postoperatorio cuando se trata del páncreas. 
Casualmente de la alegría a mí también se me escapó uno. En ese momento La Yuri me tomó del cuello y me llevó al otro lado del pasillo arrastrada, donde al final había una ventana abierta. Cuando llegamos ahí, se veía un cielo azul. Entonces me dijo en voz muy baja pero con la ira a flor de piel, si te tiras otro de esos te lanzo, cochina, asquerosa. Me agarró del pelo y me mostró el vértigo de más de 11 pisos hacia abajo.  Le juré no hacerlo nunca más. Por eso cada vez que intento soltar uno, siento miedo, veo los ojos de La Yuri encendidos y me siento caer al vacío, entonces me aguanto. Eso al final me estará matando por dentro, pero no importa. 
Enseguida volvimos y entramos a la habitación. Ella abrazó a mi mamá y le dijo: Edith, que bella, ya estas lista para bailar la cumbia cinaguera. Mi mamá se sonrió sin mostrar los dientes y le dio las gracias por haberme cuidado.
A los 6 meses, de vuelta en Mérida, mi mamá tuvo una recaída tremenda, casi se nos muere en los brazos, había que atenderla de emergencia como era la costumbre. Supe lo del viaje al momento que tomaba una ducha, escuché las voces afuera. Salí del baño corriendo toda enjabonada, me estaba rasurando por primera vez las axilas. Busqué a mi hermano, que estaba viendo televisión y le dije que esta vez tenía que acompañarla él, porque Caracas era lo mejor del mundo, y no se lo podía perder ni loco.  


Javier Guédez
(Miranda, 1980) Es morisqueteador del reino de los ociosos oficiosos, escrituro flexólogo por temporada, yuzo de la poesía y narrador de historias para no quedarse sin trabajo después de su primer salto al vacío. Premio Nacional del Libro de Venezuela (2014), en la categoría Experiencia en promoción del libro y la lectura. Galardonado por sus cuentos: “Komegato” (2001), “La montaña amarilla” (2003) y “Puyero” (2010). Creativo de La Kuentonáutica, un gimnasio para la imaginación. Fundador del Programa Nacional de Lectura El Sombrero de la Ñ. Autor de los libros: Retorno de alas, Inventadero, un viaje de la Kuentonáutica, Gágaras y Pazíficos y la mutante. Ha trabajado en la realización de guiones para teatro, televisión y radio. Otras de sus loqueteras son el doblaje para animación y Los Efimeros del Parque (arte del viento). Amado de Tencha Media Luna, papá de Liana y Koan, Lea (la gata) y Alicia (la perra).