Continuación de las reflexiones de Miguel Antonio Guevara entorno al panorama de la escritura y el libro en la era digital.
En la entrega anterior reflexionamos a propósito de los cambios por los que pasa el campo literario a partir de la aparición de las nuevas tecnologías, en donde han surgido nuevos actores que han tomado forma en roles editoriales, escriturales, de lectura y difusión, entre otros. En este artículo seguimos indagando en las posibilidades del papel del editor en este nuevo tiempo transmediático.
Por Miguel Antonio Guevara
Autopublicar no es tan auto
Hay una falsa creencia en torno a la categoría “autopublicación”; solemos pensar cuando vemos su rótulo que se trata de un libro que un autor ha hecho por su cuenta. Es decir, un proyecto ideado, escrito, corregido, maqueado y hasta ilustrado por el propio autor, sin embargo, nada más lejano de la realidad.
Autopublicación es la posibilidad que tiene un autor o autora de decidir qué y cuándo publicar sin pasar por los filtros de una editorial. En todo caso, pasa por cada proceso pero de una manera más bien particular. Ese error, es decir, el de creer que se trata de una suerte de escritor todero cuando se habla de autopublicación, es también un mito entre ciertos autores.
¿Por qué hacer referencia a la autopublicación cuando nos interesa hablar de las posibilidades del editor en el campo transmedia? Porque la aclaración nos viene a poner de nuevo en el escenario la importancia del rol editorial al momento de publicar un libro. El malentendido en cuestión hace pensar en cosas como la siguiente: se cree que un libro digital, por ejemplo, es convertir un archivo word en PDF y no se trata de eso. Es mucho más que eso.
Editar un libro para ser leído de forma digital está más allá, sin embargo, nos encontramos en la necesaria transición, que puede ser fácilmente confundida con un asunto de formatos. Editar en digital es más que pensar o pasar de un formato a otro un conjunto de textos. Es pensar junto con los autores cómo presentar una obra en un espacio de circulación distinto y eso implica, entre muchas cosas, tensionar la categoría “libro” y poner en primer plano a los futuros lectores.
El libro del “desierto de lo real”
Creo que el devenir del libro, además del Alpeh o la Biblioteca de Babel privada en que se ha tornado Internet puede ser algo más. Se me viene a la mente una entidad permutable, así como ese memorable personaje de Videodrome que participaba movilizando la opinión pública pero estando muerto, ¿cómo?, dejando una videoteca repleta de intervenciones, de ideas, declaraciones y problemáticas sobre grandes preguntas de lo humano para ponerla en diálogo en cualquier contexto. Como una cápsula del tiempo digital, audiovisual. Digital en tanto puede tocarse, virtual en tanto puede imaginarse. Es la posibilidad de permutar los signos y hasta la imaginación.
Pero para poder llegar a este lugar, como habíamos comentado en líneas arriba, se requiere implosionar la categoría libro que implica al mismo tiempo problematizar nuestra noción de lo que es un autor o autora. Como si bromeáramos con la siguiente idea: nadie leyó a Barthes; por lo tanto, hay que recordarlo, el autor ha muerto, los signos, los símbolos, los discursos son la lexía, la imagen, el espejo roto en mil pedazos que tiene distintas formas de leerse según cómo dispongamos de ello. El autor no decide, decide el lector.
¿Por qué?, puesto que el escritor, como se ha dicho hasta la saciedad, en algún momento se quedó escribiendo solo para los escritores, para la gente del campo, para los que hablan su idioma. Como suele pasar en ciertas derivas de la escritura académica: parece que hay más literatura en la jerga del periodismo deportivo que en la literatura misma. Leer una columna literaria puede tornarse en algo incomprensible mientras que hablar de una linda goleada parece una metáfora más cercana. ¿Porque el deporte sea algo vulgar, digamos en el sentido más radical, es decir, del vulgo, de lo popular y de a pie? Otra falacia. El deporte es tal vez una de las grandes industrias y tal vez después de los millonarios, empresarios y artistas de Hollywood, los atletas profesionales sean de las élites más ricas del mundo. Parece que no es tan del “populacho” el deporte después de todo, ¿no?
Aspirar a una literatura de mayorías
Pero, no es que no se entienda que la literatura es una asunto de minorías (clase media universitaria, etc.) sino más bien de no perder de vista que una de las razones de la escritura es que sea leída y vaya que pueden haber proyectos desmesurados que se basen en no ser leídos nunca. A veces se torna también un buen proyecto, es decir, si no nos van a leer en una nouvelle de cien páginas, de igual forma por qué no escribir una de cuatrocientas o de mil si el resultado es igual? pero aquí se trata es de argumentar más bien, ¿por qué no ir de nuevo hacia los lectores?, ¿qué hay de malo en ganar o aspirar lectores? ¿acaso no se ha demostrado que la gente está ávida de historias, no son los libros, las series, videojuegos y películas de la industria cultural lo que ha salvado a más de uno de la locura en la nueva normalidad pandémica?, y no, no se trata de “competir” con esta formas expresivas, sino de continuar cultivando nuestro jardín lector, ¿detrás de cada film hay un escritor, no es así?
Puede que otro problema de la dificultad de encontrar lectores es que el escritor, la escritora o los escritores suelen enajenarse buscando la aceptación o el reconocimiento de sus pares, vuelvo con la idea anterior, escritores que escriben para escritores. Y esto no es del todo malo puesto que es parte de la mecánica del campo cultural, el asunto es más bien hurgar por los múltiples matices, entre ellos, se vale buscar a un lector o lectora porque también se trata de eso. El lector es quien termina de hacer el trabajo, el que lo resignifica y lo convierte en un eco resonante y lo incorpora a la vida material. Porque sí que los discursos afectan la realidad. Todavía se puede, a través de las palabras, generar cosas, afectar al mundo, al menos el mundo de la percepción y de la imaginación humana. Si no ocurre nada arriba, en la azotea, pues no pasa nada en donde se posan los pies.
Tensionar al libro: no solo formatos sino los mismos géneros
Si hay razones para justificar el adelanto del cine y otros discurso audiovisuales frente al libro en el triatlón civilizatorio del llamado “entretenimiento” es precisamente porque en los géneros en cuestión comenzó algo que siempre había estado en la literatura pero que fue perdiendo lugar por ciertos corsés: la posibilidad de la promiscuidad creativa, la hibridación, la combinación, el cruce indiscriminado de géneros, o lo que discutía hace poco con la poeta Yanuva León, insertar el glitch en la literatura, el código, la hipertextualidad, entre otras cosas.
Con base en una construcción del gusto un tanto conservadora, el canon todavía tiene problemas con ciertos géneros que no pertenecen al espectro del realismo, como es el caso del terror; lo demuestra la controversia de Mariana Enríquez en Argentina a quien se le cuestionaba un Premio Nacional de Literatura por ser autora de dicho género. Asunto que también puede verse con el caso del premio de poesía de Espasa. Cualquier podría decir: boomers y millennials descubriendo que existe algo como la industria del libro, que la literatura también es un negocio, sin embargo, con un prejuicio en torno a una supuesta calidad o correspondencia a los valores del canon, se produce una literatura autorreferencial que no disputa sentidos comunes ni mucho menos lectores. No es que las personas prefieran el cine o los influencers literarios simplones, es que la literatura que se les ofrece no le es suficientemente atractiva para ellos.
Es por eso que no se trata solo de implosionar el concepto libro sino también los géneros mismos. Los lectores necesitan un dispositivo, un autor, un discurso que le ofrezca poesía en el autobús pero también un pequeño relato o de vez en cuando una historia de largo aliento o una canción, como si un libro también fuese un tablero de Pinterest o una playlist, ¿acaso La vuelta al día en ochenta mundos del escritor argentino no era un poco eso, una dinámica, interactiva y estimulante crestomatía, una diorama sentimental y vigorosa?, hay, entre otras cosas, citando a Enrique Rey, que recuperar la noción de vanguardia para así volver a poner a la creación literaria y sus vástagos en un lugar en donde pueda alcanzar a los lectores.
A cada lector su libro a cada libro su editor y viceversa
Es importante recordar, sin necesidad de un halo o sonoridad pontificadora, más bien a modo de juego: que todos los lectores tienen sus autores así como todos los autores tienen sus lectores. En el caso de estos últimos hay un problema: los escritores tienen un lector “ideal” en mente y realmente los lectores reales no se parecen en lo absoluto a esos lectores “ideales”. Todo lector se quiere a sí mismo como escritor y todo escritor se quiere a sí mismo como lector, paradójicamente. Y sí, ya sé que esto suena un poco raro, sin embargo, de vez en cuando es bueno un poco de nubosidad, ya decía Unamuno “confundir en vez de definir para estimular la búsqueda”, porque se trata es de construir problemas más que certezas, esa precisamente es la tarea de la creación literaria y de la lectura misma.
Habría que volver de nuevo a la conseja de Ranganathan: a cada libro su lector y a cada lector su libro, en donde vendría de nuevo el oficio del editor y sus capacidades en este escenario transmedia y lo que es más importante: tener presente que no hay libro que no tenga un editor con ganas de editarlo y lectores esperanzados de que ese libro que tienen en mente sea editado; los editores están deseosos de conseguir ESE libro, EL LIBRO, así, en mayúsculas, que anda por ahí en algún lugar, porque EL EDITOR es también un lector, es sobre todo esto último mientras que EL LECTOR, está por ahí pensando en escribir ese libro que aún no termina de encontrar. Es entonces, un ciclo, un circuito que se retroalimenta constantemente y requiere de nuestra atención y entrega, es decir, de los que escribimos, El ESCRITOR, los que editamos y sobre todo, leemos, porque, como dicta el lugar común teológico: “en el principio fue el verbo” y si había un verbo es porque había el que podía verbalizarlo y por supuesto, simbolizarlo.
Miguel Antonio Guevara
(Barinas, Venezuela, 1986). Escritor. Sociólogo, maestrando en filosofía. Publicado y premiado en narrativa, ensayo, poesía y periodismo en Colombia, Venezuela y Suiza. Su “nouvelle” Mahmud Darwish anda en metro (El Taller Blanco Ediciones, 2019) recibió el
VI Premio Nacional Universitario de Literatura «Alfredo Armas Alfonzo». Los pájaros prisioneros solo comen alpiste (LP5 Editora, 2020) es su novela más reciente. Escribe mes a mes su columna de crítica Postales distópicas en el portal MenteKupa y es autor del blog Cuaderno Hipertextual. Actualmente prepara un volumen compilatorio de su poesía titulado Mudable, Antología transitoria 2009-2019 (Ediciones Madriguera 2020).
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