Ensayo sobre la identidad en el libro de Jamaica Kincaid, escritora del Caribe inglés, por Mariajosé Escobar.

El problema de la identidad en Lucy: El YO del emigrante que deviene colectivo

Ensayo sobre la identidad en el libro de Jamaica Kincaid, escritora del Caribe inglés, por Mariajosé Escobar.

Por Mariajosé Escobar

Lucy de Jamaica Kincaid es la historia de una muchacha emigrante cuyo nombre es el del libro mismo. La novela comienza con la llegada de Lucy a Estados Unidos proveniente de una isla del Caribe -nunca se hace explícita cuál de ellas- para trabajar como au pair.

El primer rasgo significativo tiene que ver con su narradora: en primera persona y, a la vez, esta narradora es el personaje principal de la novela. No es nuestra intención hacer un estudio biográfico de la escritora Kincaid, ni explicar directamente su obra mediante su vida, pero no podemos dejar de señalar ciertas similitudes entre el personaje principal y su propia vida. Como Lucy, Kinkaid es procedente del Caribe, comparte el segundo nombre: Potter, y además la fecha de cumpleaños. Por otro lado, Kinkaid emigra a Estados Unidos y comienza su nueva vida trabajando como au pair. Como podemos observar, tales similitudes no pueden ser atribuidas al azar, ya que ningún escritor trabaja sobre la nada, podemos afirmar que la novela de Kinkaid está escrita sobre un fondo autobiográfico.

Este aspecto es de nuestro interés pues observamos en estas similitudes un afán de testimoniarse, de dar cuenta de una vivencia problemática: la emigración, desde la primera persona. Según Carlos Pereda en Los aprendizajes del exilio

La primera persona mientras las padece, no deja de “testimoniarse” sus vivencias. Sin embargo, la primera persona no solo se cuenta su daño a sí misma.  A menudo lo hace a diversas segundas personas y, al hacerlo, procura tanto informar como comprender la situación que vive o ha vivido, y hasta explicársela. (2007, p.38).

Como podemos observar, existe en el emigrante una pulsión, a veces desesperante y doliente, de testimoniarse sus vivencias. En el caso que nos ocupa, estas vivencias trascienden el “yo” que está enunciado en el texto y se convierten en las vivencias que puede tener cualquier muchacha proveniente del Caribe que emigre a Estados Unidos y trabaje en la casa de una familia acomodada. Así, Lucy pasa de ser un testimonio de un “yo” al de un “nosotro/as” y ello hace que adquiera una mayor relevancia en cuanto hecho estético que se   inserta en los discursos sobre la diáspora caribeña y su impacto en los individuos y colectivos.  

Habría que preguntarse: ¿por qué viaja Lucy? Y también: ¿cómo lo hace? ¿Cuál es la identidad de Lucy y a partir de ella, cuál es la del emigrante? En el desarrollo de la novela, veremos que Lucy viaja, inicialmente, por una relación conflictiva con la madre que se expresa en varios pasajes como el siguiente:

Cada vez que nacía un nuevo hijo, mi padre y mi madre se decían el uno al otro con gran solemnidad que iría a la universidad en Inglaterra para convertirse en médico, abogado o alguna otra profesión que le permitiera ocupar un lugar importante e influyente en la sociedad. A mí no me molestaba que mi padre dijera esas cosas de sus hijos, sus congéneres, y me dejara de lado. Mi padre no me conocía en absoluto y yo no esperaba que imaginara para mí una vida llena de emoción y triunfos; pero mi madre me conocía bien, tan bien como se conocía a sí misma. En aquella época, yo incluso pensaba que éramos idénticas y cada vez que veía cómo sus ojos se llenaban de lágrimas al pensar en el triunfo de sus hijos, sentía que una espada me atravesaba el corazón porque a mí, su única hija idéntica, jamás me imaginaba en un escenario parecido ni en una situación remotamente similar. Entonces comencé a llamarla “la señora Judas” y a hacer planes para una separación que sabía que nunca sería completa. (Kinkaid, 2009, p.104). 

Los detalles de la planificación y la manera de cómo se llevó a cabo esa parcial separación de la madre, no nos son relevados en ningún momento, sin embargo, por el desarrollo de la misma, podemos intuir las dificultades con que se topó la protagonista para llegar por fin al inicio de la novela: “Era mi primer día. Había llegado la noche anterior, una noche oscura y fría”. (Kinkaid, 2009, p.7). 

Como podemos interpretar a partir del pasaje citado, Lucy no viaja solo por la relación amor / odio que mantiene con su madre, ni para huir de ella, Lucy viaja en búsqueda de esas oportunidades de crecimiento personal que le negó “la señora Judas”: las de poder desarrollar su inteligencia, las de buscarse un lugar en la sociedad. 

El hecho de que tales oportunidades le fueran negadas desde el comienzo, no responde solamente al patriarcalismo que deja de lado a la mujer, pues se centra en que es el hombre –en este caso los hijos varones- el llamado a tener un rol activo en la sociedad, sino que responde también a la situación de subdesarrollo de la isla de la que proviene Lucy.

Pero volvamos a la pregunta central que nos convoca en esta reflexión: ¿cuál es la identidad de Lucy? Y a partir de ella: ¿cuál es la identidad del emigrante? En el caso de esta novela, la identidad del emigrante se construye a través de la oposición al nacional (el estadounidense) y sus costumbres.

Uno de los primeros ejemplos de tal situación de oposición a lo nuevo y de rechazo son las siguientes líneas: 

En el pasado la idea de encontrarme en mi situación actual habría sido un consuelo: pero ahora ni siquiera tenía esa esperanza, de modo que me quedé echada en la cama y soñé que comía un bol de salmote e higos verdes rehogados en leche de coco y cocinados por mi abuela. (Kinkaid, 2009, p.10).

Este sueño de la protagonista es expresión de un anhelo, una añoranza inmensa por lo que se dejó atrás, y un rechazo a la nueva situación en la que se está. En este caso, podemos observar cómo la situación de emigración es vivida como pérdida, pues existe una desesperanza y una necesidad por recrear, exactamente y sin cambios, la situación anterior al hecho de la emigración. En palabras de Carlos Pereda: “De ahí que la desolación frente a la pérdida tienda a ser el primer tipo de experiencia que, de manera insoslayable, visita, y no solo tienta sino que, literalmente, en no pocas ocasiones, seduce a los exiliados (o emigrantes)”.  (2007, p.47).

Sin embargo, la situación de Lucy es dual: por un lado expresa melancolía, desesperanza, tristeza, anhelo por el lugar que se dejó atrás, pero por otro, es muy clara en su deseo de no querer volver nunca más: “Miraba el mapa. Un océano me separaba del sitio de donde venía, ¿pero habría sido distinto si se hubiera tratado de una simple taza de agua? No podía volver”. (p.12). Como podemos observar, esa relación amor / odio que antes mencionamos que tiene Lucy con su madre también la tiene con su patria: una sensación de anhelo profundo, pero a la vez de rechazo inmenso. 

Pero ¿quién es Lucy? Ella misma está consciente de ser  en la negación, de ser por su diferencia: “Pero yo no era un cargamento, sino una joven desdichada que vivía en la habitación de la criada y ni siquiera era la criada. Era la chica que cuida a los niños y estudia por las noches”. (p.10). 

En varias oportunidades, Lucy hará comentarios acerca de cómo la ven los demás, de quién es ella en los ojos del otro: “Para la gente como Dinah, alguien como yo es “la chica”, “la chica que cuida los niños”. (Kinkaid, 2009, p.48). Así, innominada ante los otros, Lucy construye su identidad mediante la diferencia, mediante la dolorosa separación. Aunque la identidad siempre se construye por contraste, lo particular aquí es lo doloroso que le resulta, pues se percibe en condición de inferioridad. En otra oportunidad Lucy recuerda cuando Mariah (su jefa) le presenta a Dinah (la mejor amiga de Mariah): 

No me había caído bien, pues lo primero que dijo cuando Mariah nos presentó fue: -¿Así que eres de las islas? No sé por qué  pero la forma en que pronunció aquellas palabras me llenó de furia. Yo había estado a punto de responderle: ¿A qué islas se refiere?, ¿a las de Hawai?, ¿a las que forman Indonesia o a cuáles?, y pensaba decirlo en un tono que la hiciera sentirse  como un ser insignificante, que era lo que ella me había hecho sentir a mí. (Kinkaid, 2009, p.47).

En estos casos mencionados podemos observar lo que Carlos Pereda define como “la tensión que no cede entre la excepcionalidad que con ansiedad se procura y la invisibilidad casi ininterrumpida que se es”. (2007. p.54). Lucy es así una persona sin nombre, definida solo por su labor de servicio y por un lugar de nacimiento difuso y sin importancia, es de “las islas”, como si no tuviera importancia de cuál de ellas, como si nada aportara de diferente el ser de una o de otra. Tal situación es vivenciada de forma dolorosa por la protagonista de la historia. 

Sería interesante recordar, en este punto a Daniel Henri Pageaux cuando propone lo siguiente: “Yo miro al Otro: pero la imagen del Otro también transmite una cierta imagen de mí mismo”. (1994, p.105). De ello podemos desprender que ese conflicto de identidad que subyace en el comentario desprevenido de Dinah -que no deja de tener una carga ideológica; la de la lógica dominador / dominado- también es parte del propio conflicto de identidad presente en la personalidad de Lucy como emigrante, una identidad en movimiento, nómada, con mucho de desplazamiento y de construcción azarosa y en constante peligro. 

Lucy construye su identidad en oposición a la mirada del otro, y esto es común en los emigrantes pues existe en ellos, en muchas ocasiones, una pérdida importante de los referentes que sostenían esa identidad, que la sustentaban, y, de esa manera, queda el sujeto desnudo, con muy pocos lugares a los cuales asirse. Uno de los movimientos más comunes en estos casos es el de mirarse en el otro, el de buscar su identidad en oposición a esos otros que constituyen la sociedad nueva a la que se ingresa desde el desamparo, esto sobre todo con el lente del exilio (o emigración) como pérdida, como lo propone Carlos Pereda en el libro antes citado. 

De esta manera, al mirarse en el otro también se mira dentro, y esos comentarios que se pescan al azar, como los de Dinah, tienen mucho que ver con lo que piensa el sujeto sobre sí mismo. Lo que descubro en el otro está mediado por lo que hay en mí, con lo que pienso de mí y con la manera a través de la cual me relaciono con esos otros. 

La pregunta ¿quién soy? Carece de respuesta nominal, y su respuesta transitoria está definida por el estigma del servicio y el origen desconocido y carente de importancia. Así, el comentario de Dinah es tomado como un agravio -y puede que lo sea- pero es necesario destacar que siempre el sujeto toma de la realidad exterior lo que hay en su interior. Estas vivencias individuales se hacen trascendentes pues forman parte de las reacciones a situaciones similares que muchos sujetos, es decir, un colectivo, tienden a tener ante situaciones similares. Es así que el “yo” del inmigrante deviene en un “nosotros” colectivo y, mediante tal situación, la obra de Jamaica Kinkaid cobra relevancia para el estudio de la diáspora caribeña y sus implicaciones individuales y colectivas. 

Además de las preguntas ¿quién soy?, ¿de dónde vengo?, y el anhelo por la comida de la abuela, existen en Lucy (2009) otras imágenes en las que el problema de la identidad está de forma explícita como pregunta y como negación de lo nuevo. 

Uno de los ejemplos que más poderosamente llama nuestra atención es la imagen de los narcisos. Mariah ama los narcisos, y quiere transmitir ese gusto y ese amor a Lucy. Sin embargo, para ella los narcisos significan algo muy diferente: cuando era niña, Lucy tuvo que recitar un poema sobre narcisos en su escuela, fue muy aplaudida, aunque por dentro se sentía muy mal tuvo que aparentar estar complacida. En su país los narcisos no existían y para ella no tenía sentido que se les diera una importancia tal. Lucy los rechazaba, pues eran para ella, y lo son en el presente de la novela, un símbolo de dominación cultural. 

Cuando Mariah le habla de los narcisos, Lucy le cuenta esta historia y le comenta:

 La noche después de recitarlo, soñé una y otra vez que los narcisos que había prometido olvidar me perseguían por una estrecha calle adoquinada y que cuando por fin caía agotada, se amontonaban sobre mí  hasta que quedaba enterrada debajo de ellos y nadie volvía a verme nunca más. (Kinkaid, 2009, p.18).

Como puede observarse, los narcisos son el símbolo del coloniaje y de la dominación, son percibidos como asfixiantes y, aunque la realidad de Lucy ha cambiado, es decir, se encuentra en un nuevo país en el que los narcisos son, para los estadounidenses otra cosa, ella se mantiene aferrada al significado que los narcisos han tenido en su vida. Tal pesadilla forma parte de su identidad. La identidad del dominado a la que Lucy no parece estar muy dispuesta a renunciar. Lucy no pretende olvidar del todo de donde viene -¿acaso tal cosa será posible para alguien?- y cómo ha sido la relación de dominación del lugar al que llegó y también de Inglaterra, con el lugar donde ella nació.  

Los narcisos que Lucy conoce son diferentes a los que conoce Mariah: 

En cuanto pronuncié aquellas palabras, sentí pena por haber colocado a sus amados narcisos bajo una perspectiva que ella nunca había considerado, una perspectiva de conquistadores y conquistados, una perspectiva de brutos que se hacían pasar por ángeles y ángeles retratados como brutos. Esa mujer apenas me conocía, pero me amaba, y pretendía  que yo amara aquello -un bosquecillo repleto de narcisos en flor- que ella también amaba. (Kinkaid, 2009, p.27).

Como hemos visto, Mariah busca incorporar a Lucy a sus costumbres, a las cosas que ama ¿imponérselas tal vez?, sin embargo encuentra en Lucy un muro impenetrable, pues la realidad vivida por Lucy del dominio y la explotación impide que pueda  valorar con un nuevo lente los narcisos que tanto adora Mariah. Son miradas distintas, miradas cruzadas, miradas que niegan la una a la otra pues ni Lucy acepta realmente el amor de Mariah por los narcisos ni la misma Mariah entiende realmente el dolor que siente Lucy ante ellos. Son identidades distintas en las que la comunicación no es empática y, por lo tanto, se encuentra truncada: 

No era culpa de ella ni mía; pero nada pero nada podía cambiar el hecho de que allí donde ella veía flores hermosas yo solo veía pena y amargura. Las mismas cosas podían provocar nuestras lágrimas; pero esas lágrimas  no tendrían nunca el mismo sabor. Caminamos hacia la casa en silencio. Me alegraba de haber visto por fin qué aspecto tenían los malditos narcisos. (Kinkaid, 2009, p.27).

Acá tenemos, de forma transparente y perfectamente clara cómo una misma realidad puede generar diversas respuestas en individuos que han tenido experiencias distintas. Así, la identidad de cada uno se construye en lo que ha sido su vida y en los condicionantes que la han determinado: su situación económica, familiar, social, cultural etc. Lágrimas brotaron de las dos mujeres, pero una lloraba de admiración y la otra de rabia. Una está colocada en el lugar de los vencedores y la otra en el de los vencidos. La relación entre ambas es, en esta novela, problemática. Según Carlos Pereda, en esta manera de asumir la emigración: “El mundo exterior se esfuma y se sustituye, casi en cada detalle, por un mundo interior lleno de amadas y odiadas fantasías, en gran medida producto de ese mismo amurallarse”. (2007, p.49). Esto explica, hasta cierto punto, la manera en que Lucy ve los narcisos. 

La identidad de Lucy se va construyendo, a lo largo de la novela, en oposición a la de sus empleadores y, en general, a la de los estadounidenses. Esto va de la comida, a la música, los sueños, los narcisos y otras prácticas culturales e incluso afectivas. 

Al aferrarse a este recuerdo, Lucy se encuentra en el paradigma del “exilio como pérdida” del que habla Carlos Pereda definido como: “Una conducta melancólica dolorosamente melancólica, cuya creencia básica es que “todo lo que importa está en ruinas”. (2007, p.47). 

Además de melancolía y sensación de ruina hay en Lucy ira, odio, incluso resentimiento, ya que ella busca abrirse paso en una sociedad que la menosprecia por su origen y ella tiene plena conciencia -y de allí vienen, en gran medida los sentimientos antes mencionados- de que ella: “No era un hombre, sino una mujer joven que venía de los confines del mundo, y cuando salí de casa, ya llevaba sobre los hombros el manto de un sirviente”. (Kinkaid, 2009, p.77). Ese manto de sirviente forma parte de la identidad problemática de Lucy pues ella, mediante sus estudios y mediante su emigración a Estados Unidos, busca un lugar en la sociedad que supere ese rol que le ha tocado asumir por el lugar y las condiciones en las que nació. 

Al enfrentar “el exilio como pérdida”, como lo explica Carlos Pereda, la persona no logra integrarse a las nuevas dinámicas sociales, culturales, económicas y políticas que se le presentan:

A cada paso se descubre la exiliada, el exiliado, (el emigrante) que es eso: una extranjera, un extranjero, no pocas veces tartamudeando palabras incomprensibles para procurarse un trabajo no previsto. (2007. p. 48). 

De esta manera, ese afirmarse por “negación” es afirmarse como contrario a ese nuevo entorno, con todo lo que éste representa. Es así como el emigrante que se construye en esta novela, la narradora en primera persona: Lucy, no se integra, sino que se aferra a un pasado poblado de nostalgias amadas y odiadas al mismo tiempo. Esas nostalgias se hacen patentes a lo largo del libro mediante imágenes de singular potencia, y expresan a la vez rabia, amor, odio, desesperación y anhelo, como por ejemplo la siguiente: 

Mientras el tiempo acababa de decidirse por diversos grados de frío, yo iba de un sitio a otro con cartas de mi familia y mis amigos arañando mis pechos. Guardaba las cartas en el sujetador y las llevaba a todas partes conmigo, pero no como símbolo de amor y añoranza, sino todo lo contrario, por un sentimiento de odio. No era tan extraño, ¿acaso no hay un paso del amor al odio? Cada una de aquellas cartas eran de una persona a la que había amado sin reservas  en algún momento de mi vida. (Kinkaid, 2009, p.19).

Además de ser esta una imagen poética muy hermosa, en la que se funden la ternura de unos pechos femeninos con la fuerza de la rabia y el arañazo, esta imagen es producto de un “yo” que está fuertemente asido al pasado, y que, por esa razón, difícilmente dejará que su “exilio como pérdida” pase a ser un “exilio como umbral” es decir, un estado en el que se puedan integrar las nuevas cosas que trae consigo el nuevo contexto en el que se está y, de esa manera, se logre una nueva adaptación y una identidad nueva. Como lo plantea Carlos Pereda: 

Entonces, vivir el exilio como umbral consiste en romper con los cursos habituales de deseos, creencias, emociones, expectativas, haciendo de las experiencias del exilio una entrada a otras posibilidades: primera propiedad. Segunda propiedad: se busca convertir esas rupturas, las situaciones de tipo “estar en umbral”, en una forma institucionalizada, permanente, de vida. (2007. p.76).

Por ejemplo, en cuanto a la música, nos llama la atención el pasaje en el que “la criada” (un personaje secundario) pone una canción para bailar pues asegura que Lucy no sabe bailar. Lucy, recordando este episodio afirma: “Yo no pude seguirla y le expliqué por qué: la música de la canción era demasiado trivial y la letra no tenía ningún significado para mí”. (Kinkaid, 2009, p13). He aquí otra evidencia del choque cultural de Lucy con la nueva sociedad en la que se encuentra, en donde muy pocas cosas integra de manera positiva y en la que generalmente rechaza las nuevas experiencias que vive por compararlas con sus vivencias en su país natal e infravalorarlas. 

Esta infravaloración de la cultura del otro, nos hace pensar en lo que propone Carlos Pereda cuando explica su visión del “exilio como pérdida”: “Estamos ante miradas que desconocen la complicidad en las miradas de la otra o del otro. Son miradas que, de antemano, se han prohibido tanto ser alcanzadas por algún tú, como alcanzar a algún tú”. (2007, p.55). 

Existen en el libro varios ejemplos de lo que venimos explicando: la barrera cultural que separa al emigrante del nacional, la identidad problemática del inmigrante, las murallas que existen entre ambas partes. 

Otro ejemplo que se puede aportar para esta reflexión, constituye el pasaje en el que Lucy cuenta a sus empleadores el sueño que tuvo con ellos y la reacción de estos no es la esperada y además de ello Lucy no logra entender -pues carece de referentes- lo que quieren decir: 

Pobre invitada, pobre, pobre invitada. -El doctor Freud de invitado- añadió Mariah. Me pregunté qué habría querido decir, pues no sabía quién era el doctor Freud. Luego rieron suave y amablemente. Yo les había contado mi sueño para hacerles ver que solo la gente muy importante para mí aparece en ellos, pero no sé si lo entendieron. (Kinkaid, 2009, p.16).

Como puede observarse, en este caso, la barrera cultural es la que impide la comunicación verdadera y, de la misma manera, ambos polos de la comunicación: la invitada y los huéspedes, no logran ni entender lo que el otro quiere decir, ni comunicar efectivamente lo que ellos mismos quieren decir. En este punto observamos, cierta frustración de Lucy al no poder transmitir lo importante que son para ella sus empleadores. De esta manera, ambas identidades chocan entre sí y producen una distancia afectiva y comunicacional. 

Como plantea Carlos Pereda: “si a uno le quitan lo muy querido y lo arrojan a la adversidad o, simplemente, a lo que se desconoce, no es poco común sentirse despreciado o, incluso, aplastado”. (2007, p.47). Con frecuencia, el emigrante se encuentra enfrentado a una nueva sociedad que no comprende y que a su vez no la comprende a él. En este tipo de experiencias límite es bastante común que la identidad se vaya construyendo -reconstruyendo más bien- precisamente así: por negación, como opuesto a, al menos en un primer momento. 

Otro pasaje que podemos resaltar de la novela en el que el problema de la identidad se encuentra claramente delineado, es el siguiente:
 
Sin embargo, las cosas de mi persona que yo no podía ver, aquellas que no podía tocar, habían cambiado y yo todavía no las conocía bien. Sabía que estaba inventándome a mí misma,  y que mi forma de hacerlo se parecía más a la de un pintor que a la de un científico. No podía valerme de precisión o cálculos, solo podía contar con mi intuición. No tenía nada claro en mente, pero cuando el retrato estuviera completo lo sabría. No tenía una buena posición ni posibilidades de conseguir dinero, solo tenía memoria, furia y desesperación. (Kinkaid, 2009, p.108).

La situación del emigrante, al menos la inicial, está retratada aquí de una manera muy certera, esa sensación de orfandad, de no tener un piso que sustente una identidad que está desmoronada, y que se reconstruye mediante “memoria”, recuerdos de lo que se dejó atrás que, al pasar por el tamiz del viaje, de la distancia, de la emigración, son vistos de cierta otra manera, adquieren un nuevo color. 
Lucy está en un proceso interno de forjarse una nueva identidad, y de conocer a esa nueva persona que ella misma está construyendo dentro de sí. Para ello tiene pocas herramientas: “memoria, furia y desesperación” y a partir de esos tres elementos tratará de motorizar cambios en su personalidad y en su vida en general. 

De esta manera, Lucy como personaje es un símbolo de un colectivo: aquellos que dejan su país por situaciones políticas, económicas, familiares y de cualquier otro tipo para ir en rumbo de un destino mejor. Sin embargo, ese destino mejor es incierto, y en no pocos casos, la persona experimenta inicialmente un período en el que el desamparo, la soledad y la dificultad de comunicación  y entendimiento con la nueva cultura a la que se llega, de la que aún no se forma parte, suelen ser las constantes. 

Lucy como personaje, está consciente del proceso de cambios que vive a su interior, y lo sigue paso a paso, pues la novela es también un autoexamen de consciencia, el testimonio de un ser en construcción o, mejor dicho, en reconstrucción. 

Más adelante Lucy comentará: “Nací en una isla, una isla muy pequeña, de dieciocho kilómetros de largo y doce de ancho y, sin embargo, cuando me fui de allí, a los diecinueve años, solo conocía la cuarta parte de ella”. (Kinkaid, 2009, p.108). Tal conciencia, la de no conocer ni siquiera la mitad de la patria solo la adquiere Lucy a través del cristal de la distancia. De esta manera, observamos como el desconocimiento de su propio suelo natal la avergüenza frente al otro. Lucy acaba de conocer a alguien que ha visitado su isla: 

Luego nombró un pueblecito de la costa y describió una vista desconocida para mí. En aquel momento, yo me sentí muy avergonzada de no poder responder, pues había llegado a creer que la gente en mi posición en el mundo debería saberlo todo del lugar de donde procede. (Kinkaid, 2009, p.108).

Ese sentimiento de culpa ante el desconocimiento de una parte, una buena parte, del propio país, tiene que ver con la pregunta: ¿quién soy?, es decir, la pregunta fundamental de la identidad. De tal manera, si no puedo hablar con propiedad acerca del mismo suelo en el que nací, si me quedo sin respuestas ante preguntas que tienen que ver con mi tierra, con mi gente, con mis costumbres, entonces: ¿quién soy? 

La respuesta no deja de ser problemática y de estar atravesada por diversos factores: económicos, históricos, políticos e incluso de género. Todos estos factores inciden, entre otros muchos, en el hecho fáctico de que Lucy solo conozca la cuarta parte de la isla de la que proviene. Sin embargo, se espera muchas veces del emigrante lo mismo que esperaba Lucy: que toda persona en esa situación conozca muy bien y pueda hablar al detalle del país en el cual nació. 

¿Quién es Lucy? Ella misma no lo sabe en el transcurso del libro, al igual que conoce muy poco su isla natal, pero tiene muy claro que ella es una identidad en proceso de reconstrucción, una forma dinámica de identidad. Ella es una constelación de ausencias, de soledades, de anhelos, ella es su pasado, su memoria, la rabia ancestral del dominado. Ella es “la chica que cuida los niños”, la au pair que, como la autora del libro, viajó, se fue de su patria buscando nuevos horizontes. 

Su identidad es problemática en tanto que se construye por oposición: yo soy en tanto que no soy como el otro, y de allí derivan las múltiples dificultades que tendrá Lucy de comunicación y de adaptación a su nuevo entorno ya que, constantemente, ella niega lo nuevo y lo compara con lo anterior. porque asigna una valoración negativa a lo que ella es, y al mismo tiempo niega la cultura a la que trata de integrarse. 

La memoria de Lucy es un espacio problemático también, pues su pasado, su gente, su tierra, no es un lugar al que ella quiera volver, por el contrario, no quiere volver. Allí están sus amores, pero esos amores son atravesados también por el odio y, de esa manera, la relación con “los suyos” es una relación de amor / odio, al igual que lo es su relación con su patria. 

La obra de Jamaica Kinkaid trasciende la individualidad de su personaje principal, pues se convierte en una obra que es metatestimonio -en palabras de Carlos Pereda- del tránsito y la construcción de identidad problemática por la que pasan muchos emigrantes. Recordemos que para Pereda un metatestimonio es:

A diferencia de un testimonio, un metatestimonio no pretende relatar con la mayor transparecia posible los detalles de una experiencia personalísima, sino que escenificándola, dramatizándola, lo que se intenta volver inteligible es la posibilidad de un tipo más o menos abarcador de experiencias. (2007, p.44). 

Como podemos deducir de las afirmaciones de Pereda, Lucy, es un metatestimonio pues su personaje se convierte en metáfora del emigrante, al menos de un primer momento de la emigración para algunas personas: la incomunicación, la negación, el no adaptarse, la nostalgia, la relación, al fin y al cabo de amor / odio con la tierra de la que se viene, a la que no se quiere volver pero que no se termina de soltar. Lucy es una novela que es a la vez una pregunta ¿quién es el emigrante? ¿de qué lugares puede asirse? ¿cómo adaptarse? ¿cómo es visto por los otros y cómo ve a los otros el emigrante? Lucy es solo una respuesta transitoria, una manera de hacer frente a estas preguntas. 

Referencias

1. Kincaid, Jamaica (2009) Trad. María Eugenia Ciocchini. Lucy Navarra: Ediciones Txalaparta.
2. Pageaux, Daniel-Henri (1994). “De la imaginería cultural al imaginario” en Compendio de literatura comparada. Buenos Aires: Argentina. Siglo XXI Editores.
3. Pereda, Carlos. (2007). Los aprendizajes del exilio. Buenos Aires: Siglo XXI Editores.




Mariajosé Escobar

(Caracas, 1986) Licenciada en Letras por la Universidad Central de Venezuela. Actualmente cursa la maestría en Literatura Comparada por la misma casa de estudios. Ha escrito los libros: Poemas de Insomnio y Lluvia (Fundación Editorial El perro y rana, 2011); Di Versos. Antología Sexogenero diversa latinoamericana y contemporánea (Fundación Editorial El perro y rana, 2011) y La casa en el espejo (Casa de las Letras Andrés Bello, 2015). Aparece en las antologías Rosa Caribe y Cuenta de poetas de La Mancha; Unidas en tu llamarada (Inamujer), Poesía como arma ideológica (Las Fulanas Esas), Coloquio de Literatura Contemporánea (Casa de las Letras Andrés Bello) y Las Chicas van al baile (Casa del Poeta Peruano). Es miembro del colectivo Las Fulanas Esas. Mantiene los blogs: La grieta florida del insomnio y Las fulanas esas. Fue ganadora del premio Metrorelatos, en 2014, con el cuento “Gestación”, publicado por Monte Ávila Editores y Metro de Caracas.

0 comentarios: