Ramón Miranda en los ojos de Gabriel Jiménez Emán

Por Gabriel Jiménez Emán

Fotografías GJE

Ramón Miranda, plantado como un ángel


Desde que llegué a Coro, hace más de una década, he trabado amistad con escritores y artistas de la ciudad, artesanos, cineastas, músicos y gente de mucho valor humano, en una ciudad que comparte su espacio de viejas casonas coloniales con avenidas modernas, bajo un cielo azul de ciento ochenta grados adornado de crepúsculos, y una brisa que bautiza la ciudad todos los días. Por estas calles conocí al poeta Ramón Miranda, escritor de mi generación, de gran delicadeza en el trato, figura delgada, elegante y de carácter risueño y humorista, amante del buen trago, de la buena mesa y sobre todo de las viejas canciones. Solíamos ir a bares a escuchar boleros, a beber espumantes cervezas y sobre todo a hablar de poesía, cosa que con él era siempre un placer, sobre todo al adentrarnos en obras de la literatura española o hispanoamericana, era con él toda una experiencia de anécdotas, chistes y cuentos de todo tenor, desde lo más culto hasta lo más picante, sobre todo de los escritores del siglo de oro español y de más cercanos como Salinas, Aleixandre, García Lorca, Jorge Guillén, Cernuda; de los hispanoamericanos ni hablar, incluyendo también a narradores como Rulfo (su favorito), Arreola, Monterroso,  Guimarães, Rosa, Cortázar, Borges…todos ellos vistos por la sensibilidad y lucidez del poeta Miranda, como si fueran también sus mejores amigos. Y así, seguían las conversas sobre sus grandes amigos falconianos como Hugo Fernández Oviol, Ibrahim López, César Seco, Rafael José Álvarez, Marvella Correa, Paul González Palencia y tantos otros. Gran periodista, profesor universitario y sobre todo un humanista que saboreó la vida en toda su extensión vivencial, Miranda nos acompañó por una década en nuestro Festival Palabra en el Mundo en Coro, La Vela y Cabure, con un gran entusiasmo. Su poesía está por redescubrirse y valorarse. Paul González Palencia, uno de sus grandes amigos, ha dicho de él: “Desnudar cada vocablo y revestir los términos de cada búsqueda, con nuevos ropajes. Eso ha hecho de sus libros textos de obligada lectura. No alcanzamos a precisar si este estilo tan suyo le vino a Miranda tras muchos años de indagación, o más bien por su sosegado espíritu”, escribió Paul, en su despedida de este mundo hace pocos días.

Un abrazo, poeta Miranda, me dejó usted muchas cosas buenas, momentos de gran efusión y alegría, me brindó su sincera amistad y su cariño sincero: ahora yo le dejo allí, plantado como un ángel en la tierra de mi recuerdo. “Si la leche y el pan /florecen en nuestros huesos/cómo no ha de florecer /en silencio/el animalamor/y la leve floresta/de nuestros besos/en los sueños más tibios de la noche. (“Animalamor”).



Ramón Miranda y los elementos del sueño

De izquierda a derecha: Ramón Miranda, Ibrahím López y Gabriel Jiménes Emán.


Por alguna extraña razón, la muerte otorga a las obras de los buenos escritores un valor mayor. Cuando su autor ya no está con nosotros en corporeidad física, sus obras nos hablan de manera más honda, como si dialogaran desde un espacio trascendente, como si sus autores se asomaran desde un horizonte más amplio de relaciones; la obra habla desde su propio ámbito, como si las palabras pudiesen constatar verdades más transparentes en la fragilidad de la letra o del papel.
El poeta Ramón Miranda viajó en estos días al abismo enigmático. En sus libros Plantado como un ángel y Animalamor dejó una poesía extraordinaria, dotada de claridades que pueden ser tan reveladoras como misteriosas, tan sugerentes como contundentes. Me refiero a la naturalidad con que Miranda encara al lenguaje en Animalamor. está primero la presencia de la mujer, la noche y la ciudad como elementos claves, de los cuales se desprenden los ensueños de los amantes, las indagaciones permanentes del existir en una zona afantasmada y habitada por figuras aladas: aves, pájaros y ángeles son aquí presencias continuas,, como si el poeta quisiera depositar en ellas la fuerza de su imago. Al mismo tiempo, Miranda intenta asociar estas presencias a la imagen de la mujer que, en vez de conducir el sentimiento femenino a una corporeidad, la asocia a ángeles o a pájaros como agentes de lo que yo llamaría un espacio erótico-metafísico, es decir, un espacio idealizado y deseado, más no palpable o comprobable:
Muchacha de la Quinta Sinfonía
Te conocen el nombre los corderos
En una jaula coleccionas sueños
Y los sueños se cansan como pájaros

En este proceso, también involucra a la propia vida interior en ese espacio metafísico permanentemente idealizado, y al hacerlo, Miranda está convalidando un influjo romántico evidente. A través de un proceso de pugna, dolor o tormento, se produce el encuentro erótico; y el poeta ya está preparado a idealizarlo:
La ciudad aún conserva 
nuestras amantes huellas
el hotel ya no existe
y nosotros tampoco

El cuerpo ha provocado también un acercamiento a la sabiduría o al conocimiento, cuando escribe:
Frente a tu cuerpo que arde
abierto como un libro
soy un analfabeto
sólo tu cuerpo es sabio

En los textos “La luna de los perros”, “Este cielo aquí abajo” y sobre todo en “Animalamor” se produce esa simbiosis de la fuerza erótica con la ternura; de la frescura de un acontecer íntimo con el nacimiento de una flor, donde la leche y el pan pueden ser alimentos para percibir la noche y los sueños, tal se producía en el ideal romántico de la poesía. De ahí la construcción Animalamor, es decir, ente que permite el goce físico con el goce anímico, el deseo volcado hacia la delicada caricia.
También los elementos de la noche, los astros, estrellas y centellas alimentan ese cielo deseoso de Miranda. “Candela sideral”, “Piernas de mujer”, “Te conozco la boca” pertenecen a ese ámbito donde lo amoroso y el sueño se juntan para configurar un libro de mucha coherencia temática que, en su segunda parte ofrecida en el acápite “Otros poemas” plasma una diversidad de textos breves como “No hay otra vida” y “Los días pasan rápidos iguales” donde las inquietudes son otras, más existenciales y dirigidas a preguntas sobre el tiempo. En el poema “Los días pasan rápido iguales” hay una expresión terrible y escéptica del tiempo y de la vida, quizá el más completo y logrado de todo el libro, en el sentido filosófico del término: la cotidianidad, la repetición de situaciones, la rutina amenazante: todo apunta hacia el fin, la muerte. Se trata en todo caso de un texto muy loable acerca de una concepción metafísica y existencialista de este poeta, mas no de su erótica.
En “El sueño” se localiza, por otra parte, lo fundamental de la posición onirista del poeta Miranda, su creencia inefable en los poderes órficos mediante preguntas puntuales; por ejemplo: “¿Cuál es el trapecista que trabaja en el sueño?” o “¿Cuál es la anatomía infinita del sueño?” y otras; y responde: “Nadie es pequeño o grande en los predios del sueño.” En efecto, los elementos del sueño se apoderan de los últimos textos del libro, signados por varias interrogantes enmarcadas, a su vez, en la indagación no precisamente de lo que he llamado espacio erótico-metafísico, sino deudores más bien de lo celebratorio reflexivo, o de una busca sobre el ser y su lugar en la naturaleza, como podemos palpar en las piezas “Los pintores”, “Las raíces del árbol”, o bien sobre sus relaciones con el afecto, la amistad, los hijos, los libros, los gallos (otra vez el ave, pero de otro modo) donde deja traslucir sus preocupaciones sobre la fragilidad (y la maravilla) del precario existir, de la brevedad de la vida.
Ramón Miranda se sirve de todos estos elementos para moldear una poética de alto relieve, donde se dan cita los misterios oníricos, los deseos transfigurados del erotismo para crear un sublime espacio idealizado, donde pájaros y ángeles emprenden un paseo muy sugerente por el aire brumoso del existir humano.


Gabriel  Jiménez Emán
(Caracas, 1950). Escritor venezolano destacado por su obra narrativa y poética, la cual ha sido traducida a varios idiomas y recogida en antologías latinoamericanas y europeas. En el terreno cuentístico es autor de varios libros entre los que destacan Los dientes de Raquel (La Draga y el Dragón, 1973), Saltos sobre la soga (Monte Ávila Editores, 1975), Los 1001 cuentos de 1 línea (Fundarte, 1980), Relatos de otro mundo (1988), Tramas imaginarias (Monte Ávila Editores, 1990), Biografías grotescas (Memorias de Altagracia, 1997),  La gran jaqueca y otros cuentos crueles (Imaginaria, 2002), El hombre de los pies perdidos (Thule, España, 2005) y La taberna de Vermeer y otras ficciones (Alfaguara, Caracas, 2005), Había una vez…101 fábulas posmodernas (Alfaguara, 2009), Divertimentos mínimos. 100 textos escogidos con pinza (La parada literaria, Barquisimeto, 2011), Consuelo para moribundos y otros microrrelatos (Ediciones Rótulo, San Felipe, Estado Yaracuy, 2012), Cuentos y microrrelatos (Monte Ávila Editores, Biblioteca Básica de Autores Venezolanos, Caracas, 2013). Ha recibido entre otros el Premio Nacional de Cultura de Venezuela mención literatura (2019), la máxima distinción del país. 

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