Cuento de fantasía donde el cielo de se relaciona con un joven y despierta el celo de otros cielos.

El consorte del cielo - Por Vanessa Sosa

Cuento de fantasía donde el cielo de se relaciona con un joven y despierta el celo de otros cielos.

Fondo musical: https://www.youtube.com/watch?v=MRrXKGQocCE

Por Vanessa Sosa

Fotografía: Néstor Tarazona

No siempre los astros fueron bendecidos con la beldad con la que yerran actualmente entre los firmamentos más amados, pues se dice, que en las primeras edades, cuando el universo era joven, habían nacido con deformidades atroces y voces que fueron silenciadas por aquellos progenitores que les dieron a luz para perdón de sus pecados. Para ti, que apenas naces, esta es la historia que cobija una desusada verdad. La de los reyes que, desde la cima de todo, como feroces gobernantes, salvaguardan todo del febril quebranto y las glorias alucinadas. Así pues, ya que estás aquí ante la luminosidad del fuego de la vida, revelaré la leyenda sin muestras de ingratitud.  
Contempla este cielo. Por eras, en esas épocas que ya se han olvidado como se olvida un sueño de etérea juventud, los cielos de millares de dimensiones reposaban inertes y vacíos con sus propias preocupaciones de ser. Pues, a pesar de ser mansos y arraigados a la libertad eran estériles. Unas inhumanas razones dirían los que no conocen a estas desalmadas criaturas. Sin embargo, pese a todo, pese a este ínfimo problema, todos ellos, desde lo más alto de sus tronos, escrutaban todos los rincones existentes para conocer, y reconocer, a aquel que tendría el papel de ser su formal consorte. El ser que llevaría en su seno y daría a luz a sus más ansiados descendientes.
Buscaron y buscaron y lo hallaron, como se halla una aguja en un pajar. Mas sólo uno de los cielos logró dar con él y tocarlo, cuando en un ritual inherente, consagraron al virtuoso elegido en un sacrificio inevitable. Así, éste ascendió para deleite de quién le esperaba entre místicos suspiros, ya disponiendo de esos nupciales aposentos donde se prodigarían ofrendas de amor. Un suceso que, por supuesto, despertó la envidia y el rencor de esos parientes que desde la lejanía, admiraron la amena alianza entre seres provenientes de tan distintas y distintivas castas.
Pese al encuentro, no poseyó el temor o la repulsión al corazón del doncel dotado de ingenua hermosura cuando se enfrentó a la piadosa pasión de quien sería su esposo, porque, desde su infancia se había soñado morar y bailar en ese reino celestial pese a ser sólo un agrario mortal. Un mortal sin nada más que los arrullos que muchas veces dedicaba a esa vastedad que era su morada; y que ahora pintaba con esperanzadas manos y las más sinceras de las risas que de sus labios brotaban como torrentes. Y pese a que aquel cielo no le podía preñar, si le enseñó a moldear los espacios que le pertenecían y a tejer en ellos los más emblemáticos matices y sonrojos. 
Todo esto sucedió así, no te estoy mintiendo. Estuve allí y presencié con mis ojos lo que he de contarte como se cuenta ya la auténtica verdad. Se dice pues que la codicia atormentaba a los otros cielos que eran testigos presenciales de tan merecida felicidad, y al ver que aquella vida se llevaba a cabo como la más dulces de las canciones de cuna, se reunieron y reflexionaron en usurpar los pedazos de ese hermano bendecido. Porque merecían también tal milagrosa dote.
Y, cuando aquel doncel dormitaba entre las irradiaciones que eran sus más pacíficas creaciones, aquellos avariciosos reyes transmutaron sus ánimos a los de los más ingobernables ladrones; ladrones de la fortuna que existía en el ahora más magnánimo de sus hermanos. Uno a uno le arrancaron una porción que le conformaba como ente divino hasta que de él nada quedó más que su voz; una voz que alcanzó a susurrar la primera maldición impronunciable que se conocería en el universo, y que quedaría estampada en cada uno de sus semblantes. Por esta maldición todos lucharon entre ellos, alimentados por el inconmovible deseo de que uno y solo uno debía ser el más fastuoso existente de la creación. 
Todo esto y más se dio, ya lo sabrás, así que escucha. Pasado tal decisivo acontecimiento y al ser arrancado de los brazos de esos sueños de cascadas de ternura alcanzada, el espíritu del párvulo joven clamó con fe ciega, nada más fue testigo de lo que se había suscitado para su horror en su duermevela, la segunda maldición impronunciable que le permitió forjar los caminos que ahora conocemos. Pasajes que nos llevan a un sinnúmero de desvanecidas imaginaciones hasta que finalmente los alcanzó. Y así, armado de tan solo sus manos y la voz de su esposo, que iba revelándole los nombres de cada uno de los criminales, accedió en postrarse ante todos ellos y cortar de sus cuerpos la parte que habían hurtado y recuperar a su predestinado por la vida misma. A cambio, los cielos le demandaron, que diera a luz a cada sus hijos en caso de que pretendiera que se cumpliera por completo su cometido.  
No importándole lo que tuviera que hacer para recuperar a la razón de sus suspiros, él consintió concebir, llevar en su seno y dar a luz a los hijos de todos ellos. ¿Cómo lo hizo? ¿Qué hizo? Nadie lo sabe, pero lo que sí se sabe es que en los cielos uno a uno aquellos astros adornaron la majestad de los territorios que les acogieron con los brazos abiertos. Sin embargo, ninguno era perfecto porque eran verdaderas monstruosidades. Aberraciones que al verse en el espejo de las aguas de los océanos, rogaron a quiénes creían que les habían dado la razón de su existir, ser dignos de alabanza.
Porque el doncel les había otorgado su sueño a cada uno de los firmamentos dando vida a sus hijos y, tras esto, se había desvanecido justo después de clamar, junto con su esposo, la tercera maldición impronunciable que colmaría de tres cosas a los astros ya nacientes. La primera de ellas sería pues que no vivirían eternamente, pues la muerte les estaba más que asegurada. La segunda, que nunca alcanzarían a verse y morarían en la más devastadora de las soledades. Y la tercera, y más importante, que su balada jamás sería escuchada por sus progenitores o quiénes intentaran alcanzarlos; porque se decía en el universo regía la música como la principal muestra de la vida y creación.  
Ya sabes pues que aquel astuto doncel les había concedido aquello, presentándoselos como si se tratara de los mayores y más supremos de los regalos; regalos que no fueron bien recibidos por quiénes se creyeron en un principio benditos por el simple hecho de existir. Y los cielos al ver que sus hijos gemían e imploraban por esta perturbada faena, bien merecida por lo que habían hecho hicieron callar a quiénes con tanto anhelo habían deseado.
Y, dotándoles de hermosura externa coronaron los pilares de sus reinos desde los cuáles, murmuraron entre maldiciones, el haber conocido a tan desalmado joven que les había hecho pagar por sus más excelsos pecados. Por esta razón los astros que ves en el cielo son como son, y aunque trates de escucharlos, jamás atenderás su canción por más que canten con sus prodigiosas voces. Mas pide por ellos cuando les veas, y compadécete de aquellos que ya no quieren vivir; por más que adornen tu cielo, provoquen tu alegría y que implores por el más ingenuo de los deseos.



Vanessa Sosa
Mérida, 1986. Licenciada en Letras mención Historia del Arte (ULA). Se dedica a la escritura de literatura fantástica. Ha publicado Devastadora ilusión. Relato de una flor naciente (2022). Actualmente es bibliotecaria en la Unidad Educativa de Talentos Deportivos de Mérida-Venezuela.

2 comentarios:

  1. Excelente!!! me encantó, de verdad te felicito Vanessa. La Escuela Alma de Emprendedores esta orgulla por lo gran escritora que eres!!

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  2. Me encantó. Es un modo sublime de establecer una mitología.

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