Selección de poemas del libro Recuerdo del Adán caído (1997) de Juan Liscano Ediciones de la Casa de Asterión.

Recuerdo del Adán caído: Una selección de poemas de Juan Liscano

Selección de poemas del libro Recuerdo del Adán caído (1997) de Juan Liscano Ediciones de la Casa de Asterión.

Por Juan Liscano

Selección de Mariajosé Escobar

El andrógino

Tierra y luz amasadas por las manos de Dios
en el hondo silencio de los tiempos sin rumbo. 
Con el aire y el fuego, con el agua y la flor, 
el andrógino nace, solitario y fecundo. 

Le nublaban la frente luces neutras y abstractas.
Casto Sol armonioso refulgía en su tórax.
Por su vientre, la noche, con sus astros manaba
y la vida terrestre copulaba en su sombra. 

Como el viento errabundo se perdía en sí mismo, 
gran serpiente emplumada que su cola mordiera.
Leve, ciego y mutable, tumultuoso o tranquilo
con sus voces aladas recorría la tierra.

Blanco sol en el cielo de su pecho giraba.
En las grutas del cuerpo lunas rojas ardían. 
Era fuego: presencia multiforme y plenaria
bajo el arco irradiante de la noche y del día. 

En su forma profunda se miraba el paisaje
desde el pétalo frágil hasta la hosca montaña.
Como el agua, mirado, no podía mirarse
y su sangre fluía ciegamente obstinada. 

Cual el árbol ambiguo que a sí mismo se suma
era exacto y confuso, natural, misterioso,
con raíces voraces y con savias profusas
y floradas lumínicas y apacibles otoños. 
Tal, medio árbol y río, medio vientos y fuego, 
dividido, inmanente, con su luna y su sol, 
por jardines remotos, solitario y completo, 
reflejaba el andrógino la presencia de Dios. 

Imposible equilibrio de la imagen perfecta. 
Dios aparta su rostro. Sueño o muerte derrumban
la inquietante estructura. Nace al ojo o despierta;
del costado ha brotado como espejo la Luna. 

Y espejos de Adán fueron los dos senos de Eva. 

(págs. 15 y 16).


Canto a las manos

Antes,
mucho antes del arquero,
antes del centauro, del toro y del fuego,
antes de la flauta y del rebaño paciente,
cuando la serpiente,
cuando la poderosa serpiente de pupilas heladas,
cuando los helechos y los vuelos de las grandes aves
cuando los silencios,
cuando los silencios torrenciales 
se derramaban por la tierra en negras ondas vegetales, 
cuando parásitas gigantes devoraban la selva estremecida
y al empuje de los brotes y raíces el silencio se quebraba
cuando el hombre, 
cuando el hombre se buscaba
ciegamente torpe, ciegamente torpe a su vigilia, 
cuando el hombre se buscaba
entre piedras, plantas, líquidos, bajo el grito del ave de rapiña, 
cuando el hombre, 
pisando la muerte escondida en su sombra, 
pisando la estrella, la nube caída, 
pisando sus días, sus horas, su voz y sus gestos humanos, 
mirando en lo alto un bosque confuso de oscuras señales, 
buscaba sus huellas, su sino, su sitio, sus insignias vitales, 
el hombre, buscando, buscando, se encontró con sus manos. 

El hombre de plumas, 
de arcillas, 
de pieles, 
el hombre elige su mano, 
elige su grito, su puño, 
el hombre en el denso silencio, 
en el verde silencio de inmóviles ojos redondos
levanta sus manos, 
se ase a sus manos, 
adora a sus manos. 
El hombre se encuentra, se inventa, se mira: 
absorto contempla a la hembra tranquila,
levanta la vista, se mira las manos, se sabe, 
sus dedos contempla: los largos, los cortos, los fuertes, 
los frágiles, como dulces profundos activos hermanos, 
sus dedos gloriosos, sus números, sus rumbos, sus claras señales, 
el hombre, lento y seguro, el hombre se hombrea, mano a mano. 

De piedra en piedra, 
de valle en valle, 
de río en río y de monte en monte,
cada vez ensanchando su gesto, 
de la tierra al árbol, del árbol al aire, 
del aire al sol y del sol a la tierra, 
el hombre se extiende, transita, se empuja y se vuelve horizonte. 

¡Cómo resuelven el misterio las manos!
¡Cómo adquieren su peso, su forma, su rostro las cosas!
¡Cómo aceptan su sino las plantas, las rocas y las aguas inquietas!
¡Cómo brilla la alta luz antigua en los ojos de las manos! 

¡Después, la mano tornóse arma, y tornóse herramienta!

(págs. 33 y 34). 



Juan Liscano
(Caracas, 1915 - 2001) Escritor y poeta venezolano. Crítico de mediados y finales del siglo XX, reconocido como folclorista y columnista. Fue editor de la revista Aravenei de la Ford Motor Company de Venezuela, director de un suplemento del periódico El Nacional y de la revista Zona Franca y de Monte Ávila Editores. Entre sus obras más destacadas están: Nuevo mundo Orinoco (1959), Cármenes (1966), Panorama de la literatura venezolana actual (1973), Fundaciones (1981), Los fuegos apagados (1990), Antología poética (1990) y El origen sigue siendo (1991).

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