Mas quero ter a liberdade de dizer coisas sem nexo como profunda forma de te atingir..
Fragmento de "Agua Viva", Clarice Lispector
Fragmento de "Agua Viva", Clarice Lispector
Por Alejandro Soulier
Mientras yo
escribe, la horda borra. Las ciudades no se conocen nunca. Poco antes y poco
después hubo voces que hablaron de la eclosión. Antes, la habían anunciado, y
luego, daban energías de consuelo y acción para levantar ciertas cosas de cero.
¿Qué era Lila sino empezar y empezar de nuevo?
Sentado en la cómoda butaca del micro, mira hacia la derecha y ve, de súbito, por el gran ventanal, una hilera violeta, continua, sobre la mata brasilera. Luego se acaba ese color lila que divide la pantalla en dos hemisferios y cambia hacia el verde. Al principio pensó que alguien había plantado violetas. Ahora supone un juego de luces entre el micro y el mato, bajo las pasajeras sombras del follaje. Penumbras que atraviesa sobre ruedas. Cubría el primer tramo de regreso desde la casa de Limara: veinte horas de Campinas a Porto Alegre; una vez ahí, podría recorrer la ciudad durante todo el día, y a la medianoche del viernes encarar las últimas veinte horas con destino a Rosario.
Al entrar a las plataformas de la terminal de Sao Paulo, el ônibus oscurece, y la luz lila, revelada, ilumina cintilante los corredores, el ánimo, las pupilas que enxergan além da pele da qualquer cor; todo detenido en un breve mirar. Poco después, cada espacio queda ocupado, y al tiempo, bajo un túnel prolongado, la luz violeta capta de nuevo su atención: ilumina las letras que va leyendo. Levanta la cabeza y se traslada a una nave galáctica, el ambiente simula otro espacio, algo sideral.
O rio comanda a energia da cidade. A água tem a energia do movimento, da mudança. Leva aquilo que não precisa. O Paraná toma conta, é o rei da cidade. Em Porto Alegre, o Guaíba é um estuário, é uma piscina onde outros rios vam, é um filhinho do Paraná.
Limara va a la cama y se coloca los auriculares para comenzar la meditación alfa. Un cúmulo de frases inconexas distrae la captación concreta y la mente ingresa a un campo diferente. Camina por un jardín enorme. Hay tal cantidad de pájaros que suena más de una melodía. El verde y el celeste combinan sus líneas en hipnótico enlace. El olor de la grama la penetra y cierra los ojos. Inspira profundo. Su campo visual se abre y ve la fachada del Hospital que irrumpe como una sorpresa.
Ahora ella entra, rodeada de un gran número de colegas.
La voz que la guía indica que cada uno puede detenerse junto a cualquiera de las camas, donde lo intuya necesario. Unos metros más adelante, ve que Fabio entra a un elevador rumbo hacia otro piso. De repente, ella se detiene junto a un lecho ahí mismo, en la planta baja. Más que su propio andar fueron los ojos de quien ocupa esa cama los que la convocaron. Al otro lado de este hombre gris recostado, hay dos espíritus, y lo más curioso: la madre de Limara está sentada junto al paciente.
Limara dispone ambas manos sobre el cuerpo del hombre y realiza un pase de energía. Una luz plateada emana de sus palmas, y unos segundos después, oye que la voz le indica hacer lo que ya hizo, y dice que la luz primero será plateada y luego violeta. El pasaje lumínico ya sucede. Las manos se mueven ida y vuelta sobre la extensión del cuerpo tendido.
—Estoy bien, se me pasó la fiebre. Ya no tengo esa gripe espantosa ¿Verdad que me puedo ir? —frasea rápido el hombre, y luego larga, más pausada, la pregunta.
Ella alza la vista. Su madre le dirige un movimiento de cabeza: No se da cuenta, le transmite sin articular palabra. Los dos espíritus le hacen el mismo movimiento, el mismo gesto.
Limara abre los ojos muy despacio. Aún recostada, comienza a moverse de forma gradual. Se levanta y va hacia la cocina, tiene la boca seca.
Felipe, el gato de color plomo, duerme estirado bajo el sol generoso que permite la triple hoja de la ventana.
Cuando cae la noche, el felino, rígido, parece aún dormido.
Un décimo piso entre El Monumento y la Catedral; una pecera de humanos. Ahora él asomaba la cabeza sobre las piernas de ella, y veía, allá arriba, pretendidamente majestuosa, la cruz, alzándose sobre la cúpula; había luciérnagas de neón y acrílico que distraían de la luz de la luna y competían con ella por tajear la noche cerrada. Un papel de reparto, disimulaban, detenidos, aquellos barcos dibujados sobre la faz del río.
La película italiana nunca terminaba. Solían retroceder unos cuantos fotogramas y acomodarse contra la cabecera de la cama; luego se adormecían nuevamente.
Gloria Peña. Gólgota o gema. Las últimas imágenes sucedían en la nave de la iglesia. Él había movido sólo un gran mueble para que su padre saliera en auto escaleras abajo. Todos los fieles aplaudieron; él miró en torno e indagó sin éxito el motivo de los aplausos. Tras terminar de mover el mueble algunas plantas cayeron fuera de sus macetas y al intentar acomodarlas fue que apareció Gloria Peña dándole indicaciones: Sacale la piel vieja a esa; se llama gólgota o gema, carmín, Tigris, Éufrates.
Ahora que había despertado seguía repitiéndose: Gloria Peña. Gólgota o gema. Sabía que no era ese su nombre; la memoria, ante la falla, habría consignado otro, un reemplazo que disminuía la música del nombre soñado y rompía el puente para encontrarla en este plano.
El departamento de Limara superaba la ficción. Ahí, en plena ola polar, no había ni rastros del frío exterior. Este departamento parecía una pecera: estaba todo vidriado y durante el día recibía sol sin intervalos; pero todo esto formaba una experiencia antes que un razonamiento. Ni ella ni él encontraban explicación al hecho de no sentir frío cuando ingresaban ahí. Afuera el viento de julio arremolinaba todo, le ponía abrigos a los que pateaban las veredas; y contradiciendo la postal del invierno, el fuego del Monumento ardía parejo, sin interrupciones, y se robaba los ojos de él de todo lo demás. La llama refulgía altiva en sus pupilas de marrón castaño. También, ahí nomás, un barco apaisado, que esperaba para ingresar al puerto, permanecía mudo, quieto, sobre la pileta marrón del Paraná. De noche, todo lo que había conseguido escapar del neón, del acrílico, parecía arrobado, negro, retirado de todo trazo.
La lluvia azotaba al micro que volaba sinuoso entre la fronda de la noche. Él, inmerso en duermevela, vislumbró que la conocía vida tras vida; alguna pendencia de otro plano, una cosa por el estilo. Si adentro la mayor parte obraba oculta, suponía un mecanismo, repeticiones, colores que se forman por las mismas combinaciones. Y a continuación se le vino encima su mirada que ahora parecía una puerta, una llave que conducía al descalabro del circuito. Llegó hasta ahí y quedó pensativo. Se prendieron las luces de golpe y un blanco invasivo, como de sala de autopsia, le abrió los ojos. Perdió el hilo que sugería el recuerdo de su mirada, perdió el principio del sueňo y le dieron ganas de orinar.
-Parece que vamos entre montaňas y que hay un gran cúmulo de energía que obra bajo tanta caída de agua -le dijo a Limara cuando volvió del baño y pensó en téntaculos de color lila.
Limara estaba hablando en lenguas; oscilaba el péndulo de madera sobre las geometrías. Un cartón, una cuadrícula con geometrías a color. Él comía un yogurt en la cocina y escuchaba las palabras inéditas pronunciadas a modo de conjuro; un fraseo algo desarticulado que convocaba cada respuesta del péndulo.
-Eu senti uma batida elétrica no meu coração, intermitente, um campo -dijo Limara luego durante la cena.
Le comentaba la película Gräns a Limara.
Una brújula animal guía los movimientos de cada ser singular: son dos en esta filmación, uno es luminoso, el otro sugiere temor, propio y ajeno. Quiero decir, infunde miedo porque se cubre, carente, débil, miserable, urgente. Solo le sale eso, como una réplica maldita del mandato de violencia.
Por momentos hay atmósferas en que se merodean; prima el silencio. Los intercambios son secos, articulaciones corridas del habla.
Variaciones del verde: musgo, menta, esmeralda, decoran vívidas, sombrías escenas. La fauna del bosque envía ejemplares a respirar el mismo aire que respira la andrógina protagonista; ella olisquea, tiembla, espera, espera siempre algo que no vemos. Intuye; nos inquietamos. Él tiene vulva y aparece cada vez más seguido; parece que provoca. Todo se torna revulsivo, tan gradual que impresiona haber sido así desde un principio.
Un aguacero amaga anegar la carretera; de golpe, ella detiene el auto, espera. Casi al tiempo asoma su cabeza el primero de los ciervos que cruzaran, transversales, la calzada que comunica las cabañas del hostal con el pueblo.
El lenguaje seco se agrava desarticulado hacia sonidos guturales que imponen respeto, sumisión, silencio.
─¿O qué é que você acha?, ¿se contagian energeticamente os estados? -le preguntó Limara.
“Culpa, resorte; culpa, culpa, culpa”. Avanzo en cuatro patas sobre la cima de columnas apenas rectangulares, las percibo más cuadradas que rectangulares. La hilera de columnas conduce a una terraza donde unas cuantas chicas preparan el fuego y un perro juega, salta con una cadencia entrecortada hacia cada una de ellas. Demoro; el vértigo demora. En eso el perro se roba la carne y una chica empieza a perseguirlo por la terraza compacta, un rectángulo que bien mirado es un cuadrado. Y el perro salta la breve baranda al vacío decorado de copas de árboles y la chica lo persigue con su propio salto; los veo cayendo, oigo gritos y prefiero irme.
Se había cortado la frágil cadena del sueño y un poco de regreso giró sobre el brazo contrario, subió la pierna izquierda que hasta recién estaba recta.
Sueña un cambio para el texto: Lilith. Lilith, gira para la izquierda; Lilith, gira para la derecha.
El sol, afuera, insiste; adentro, la penumbra crece, rasga el nido del sueño. Y al incorporarse para ir al baño, lee desgarbadas patas azules sobre el anotador: las letras que puede unir dicen Lila dos puntos Limara.
Excelente publicación. Quiero leer más textos de este autor !
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